Tras decir esto, regresó a su propia casa en el piso de abajo. Su parte racional le advertía que no debía caer en este juego, que debía reconocer su posición.
Quizás era hora de poner las cosas en su lugar.
Esa noche, Fátima regresó a casa con aspecto abatido. Carlos acababa de salir de la ducha.
—¿Por qué vuelves tan tarde? —preguntó.
Fátima forzó una sonrisa.
—Mamá y yo estuvimos hablando mucho.
—Bien. Voy al despacho a escribir algo —dijo Carlos al pasar junto a ella.
Fátima observó su espalda alejarse, con los ojos llenos de frustración.
Media hora después, se había cambiado a un camisón de encaje y seda. El escote bajo y el corte ceñido resaltaban su figura. Con el cabello aún húmedo, perfume recién aplicado y labios pintados, entró al despacho con una copa de vino.
Se acercó a Carlos y dejó la copa frente a él.
—Carlos, hace mucho que no hablas realmente conmigo.
Su voz era clara, brillante y suave como el agua.
Carlos tomó la copa y bebió un sorbo, pero sus manos no dejaron de t