Daniel cargó a Silvia hasta el automóvil y la acomodó con cuidado en el asiento.
Una vez dentro, Silvia pudo ver mejor el estado de sus piernas. Después de la aplicación del hielo, se habían hinchado considerablemente.
Daniel se sentó en el asiento del conductor con expresión culpable.
Después de todo, el termo era suyo y él había puesto el agua hirviendo. Si no le hubiera dado ese termo a Silvia, quizás nada de esto habría ocurrido.
El ambiente dentro del vehículo se sentía tenso. Silvia, sentada en silencio en el asiento trasero, podía percibir la pesadumbre de Daniel.
— Daniel, ¿en qué piensas?
En la enfermería no había mostrado esta expresión. ¿Acaso era por los Ferrero?
— Pienso que ojalá no hubiera llevado ese termo hoy.
Silvia se sorprendió. No esperaba que fuera eso lo que lo preocupaba.
Soltó una pequeña risa:
— ¿Desde cuándo el gran señor Caballero se preocupa por esto? ¿No se preocupa parecer ridículo?
— Hablo en serio —respondió Daniel con expresión grave.
— Daniel, honesta