Knut sintió cómo las dos mujeres que tenía en sus brazos se apartaban de él con un movimiento brusco y asustado, antes de que pudiera tocarlas con su mano. Se quedaron sentadas a cierta distancia, mirándolo como si fuera un monstruo.
Una de ellas tembló.
—Por favor, señor CEO Meyers, no nos lastime—suplicó, aterrorizada.
La otra levantó la vista y trató de justificarse ante Astrid.
—Señora jefa, no hemos hecho nada malo, el señor Meyers solo nos invitó a sentarnos con él, ni siquiera nos ofreció vino. Nosotras no lo tocamos para nada y él tampoco nos hizo nada. De hecho, nosotras solo nos sentamos, el CEO estaba reacio a dejarnos tan cerca de él…
Knut frunció el ceño y fulminó con la mirada a la mujer que hablaba.
—¿Qué quieres decir con señora jefa? ¡Explícate! ¿Quién es tu jefe? ¡Que se presente!—Gritó, furioso.
Su voz resonó por toda la sala, y la gente lo observaba con asombro y estupefacción.
Astrid se masajeó las sienes, sintiendo un dolor de cabeza.
Esa mujer se encogió ante el