(Renata Pellegrini)
Aprieto los dientes y los puños mientras levanto la mirada y me encuentro con la suya, mi respiración se acelera. Estoy enojada porque usó mis palabras en mi contra, vergüenza por haber vacilado y mirar demasiado lo que no debería, y algún otro sentimiento que no puedo nombrar.
— ¿Adónde me llevabas? — pregunto con firmeza, no quiero que se dé cuenta de que me ha sacudido.
— A mi cama — responde con una sonrisa. Un escalofrío recorre mi espina dorsal.
—¿Qué crees que haría en tu cama?
Él amplía su sonrisa de zorra haciéndome dar cuenta de lo sugerente y tonta que era mi pregunta.
—¿Puedo enumerar las muchas cosas divertidas que se pueden hacer en ella...
—¡Yo-yo quiero ir a mi casa! — interrumpo su discurso tratando de mantenerme firme enfatizando mi palabra.
— Ya es demasiado tarde.
— ¡Tienes un coche, podría llevarme! — no sé qué hora es y ni siquiera me importa, solo sigo mirándolo.
— Me niego — dice, desafiándome con su mirada.
—¿Como es? No puedes negarte…
— ¿