Mujer casada.

—¡Qué pena contigo, Gerald! —Evelin estaba avergonzada y su rostro estaba enrojecido, había llegado de un viaje repentino que no estaba en sus planes, al enterarse de la caída de su amiga.

—No te preocupes, no pasa nada —Gerald se sentó frente al escritorio —Los accidentes laborales suelen pasar.

—Pero es que Anaís es terca como una mula, ja, ja, ja —Evelin dio una carcajada

—Ya lo noté —Gerald sonrió al recordar a esa niña que no salía de su cabeza.

—¿Cómo le hiciste para llevarla al médico? Y para qué te ganarás todas esas palabras lindas con las que mi amiga te bendijo.

—Ja, ja, ja, solamente fui caballeroso, solo que a ella le molestó, pero no podía dejarla ahí o no hacer nada, pero sé que fueron los nervios que provoque en ella, los culpables de su actuar.

—Ja, ja, ja ¡Qué humildad tienes Gerald! No todas las mujeres caen bajo tus encantos, menos Anaís, está casada, así que bájate de esa nube —Evelin lo señalo —Te puedes fijar en cualquier valenciana, menos ella.

—¡Auch! Eso doli
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