Fernando miró a Daisy con calma.
—Si fuera tu propia hermana, ¿en serio la dejarías bajo el cuidado de otra persona, así como así?
—¿Qué insinúas? —replicó ella, pero comprendiendo perfectamente a qué se refería—. ¿Te da más confianza que esté en tu casa y no aquí? Entonces llévatela ahora mismo.
Sin decir más, Fernando se acercó a Blanca y le soltó sin rodeos:
—Vámonos.
Blanca, que estaba sumida en sus pensamientos, alzó la vista con desconcierto.
—¿A dónde?
—A casa —respondió él con sencillez.
Al oír la palabra «casa», Blanca miró enseguida a Daisy.
—Daisy, ¿no habías dicho que me quedaría aquí?
Daisy aún no abría la boca cuando Fernando se adelantó a responder:
—Ella cambió de idea.
«¡Pero qué…!» Daisy se contuvo por no soltar un improperio. Estuvo a un paso de querer partirle la cara. Esperaba que Blanca se negara a ir con él, pero ella solo lanzó una mirada de resignación y se puso de pie, dispuesta a seguirlo. Parecía una niña que, sin entenderlo todo, asume que la han abandonado