Daisy contestó sin titubear:
—Lo que pase entre Fernando y yo no es asunto tuyo. Pero pon mucha atención, Y: como muy tarde, mañana en la mañana quiero a Blanca despierta. Si eso no sucede, no me culpes por olvidarme de nuestra conexión.
Nada más decirlo, colgó. Con un gesto brusco, arrojó el teléfono sobre el escritorio y se dejó caer contra el respaldo de la silla, tratando de regular su respiración. Poco a poco, la furia que palpitaba en su pecho se fue calmando… pero no la culpa.
Al final de cuentas, todo lo que le había sucedido a Blanca se remontaba a ella. Si Daisy nunca hubiese aparecido y hubiera seguido huyendo, quizás ni Blanca ni Javier habrían terminado así: uno muerto y la otra gravemente herida. Cuanto más reflexionaba, más se inflamaba el remordimiento, y ese sentimiento reforzaba la decisión que venía madurando:
Tenía que salir de las sombras y declararle la guerra a esa bestia agazapada en la oscuridad.
Sin perder un segundo, Daisy abrió X, recuperó la vieja cuenta de