Capítulo 60
Aún aturdido y con la vista nublada por la fiebre, Álvarez reaccionó con el corazón en un puño, pensando que Gabriela podría haberse lastimado. Sin siquiera calzarse, corrió escaleras abajo.

La encontró en un silencio inquietante: el salón vacío y sin rastro de ella. En el centro del suelo, su lámpara de escritorio, una pieza de colección invaluable, yacía destrozada en mil pedazos.

Gabriela, siempre implacable. Le había lanzado su medalla, y ella se había desquitado rompiendo la reliquia que él tanto valoraba. Pero esa medalla insignificante no valía nada comparado con el precio de esa lámpara, una rareza adquirida en subasta.

La ira lo cegó, dejándolo mareado. Tuvo que sostenerse del pasamanos para no caer, con el estómago revuelto y la cabeza a punto de estallar.

Gabriela, consciente de lo que acababa de hacer, no se quedó para enfrentar la ira de Álvaro. Después de destrozar su preciada lámpara, salió rápidamente de la casa, con el pulso acelerado. El auto que había llamado la espe
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