Para ella, no existía la más mínima posibilidad.
«¿De dónde habrán salido esos rumores?», se preguntó. «¿Por qué Gabriela no se defiende?»
La respuesta se le antojó clara: Gabriela, por alguna razón, estaba más que decidida a divorciarse de Álvaro. ¿Para qué molestarse en desmentir nada? De hecho, quizá hasta lo había admitido sin reparo…
Laura frunció el ceño.
Le resultaba más sencillo enfrentarse a los números de la empresa y a la política del mercado que lidiar con este drama personal tan enredado. Sin embargo, tenía una certeza: Gabriela debía mantenerse casada con Álvaro.
A la mañana siguiente, Laura se dirigió a la residencia de las afueras bajo una suave nevada. Cuando se bajó del auto, se encontró con Gabriela al borde de un estanque climatizado, alimentando a los peces.
—Señora, —la saludó Laura.
Gabriela solo alzó la vista y asintió; no interrumpió su tarea ni respondió con palabras.
Kian ya le había comentado a Laura que, desde que Gabriela llegó a esa finca, casi no interac