Capítulo — Mañanas con aroma a familia

El olor a café recién hecho se mezclaba con el del pan tostado y las medialunas tibias.

La mansión Montaldo volvía a tener aroma a casa.

Victoria se detuvo un segundo en el marco de la puerta del comedor, solo para mirar.

No para controlar, ni para organizar, ni para mandar: esta vez, solo para mirar a su familia.

Ernesto estaba de pie, apoyado apenas en el respaldo de la silla, hablando bajito con Clara.

No arrastraba tanto las palabras, no se ahogaba a mitad de frase.

Su voz todavía era ronca, sí, pero había algo nuevo: fluidez y vida.

Samuel estaba a su lado, sirviéndole agua en el vaso, con ese cuidado casi obsesivo que había ido desarrollando sin darse cuenta.

A don Ernesto lo querían todos en el trabajo y él lo respetaba como a su propio padre.

Ese hombre, que hacía meses estaba quebrado, hoy se veía fuerte.

Vivo.

Presente.

—Si seguís así, me vas a dejar sin trabajo, don Ernesto —dijo una voz que ya formaba parte de la casa como