Alberto soñaba frecuentemente con Ana.
Con el paso del tiempo, se dio cuenta lentamente de que lo que sentía no era simpatía, sino nostalgia. Añoraba verla parada frente a él, con esa voz triste y una expresión frágil, compartiéndole las penurias de su matrimonio. Extrañaba contemplarla con esa mirada llena de confianza...
Con el propósito de estar cerca de Ana, viajaba con regularidad a la ciudad de Buenos Aires. Incluso inscribió a su hermana Dulcinea en la academia de arte de la Universidad de Buenos Aires, como una excusa adicional para visitar a Ana. Aunque en realidad, solo ansiaba compartir una comida ocasional o tomar un café con ella. ¡Pero para él, eso era suficiente!
Sin embargo, ahora todo eso había llegado a su fin. Todo se había esfumado. Su amor, sus sentimientos, no merecían ser mencionados en el mundo de Ana, pues eso resultaba despreciable, indigno... Ana regresó a la villa, mientras Carmen se ocupaba de los niños. Al escuchar pasos, levantó la vista y la vio. Ana se