La voz de Mario se tornó aún más serena:
—Es para que me odie.
Su mirada, fija en Sofía, era suave pero intensa:
—Dime, ¿debería darle falsas esperanzas y permitir que siga pensando en mí? Es preferible un breve dolor a una larga agonía; este final es mejor para todos.
Sofía soltó una risa amarga:
—¿Mejor para todos? Sabes bien lo que ella debe estar pensando: hace apenas unos días la tratabas con cariño y ahora, de repente, te ves con otra. ¿No te preocupa que, si algún día deseas volver con ella, ya no quiera saber nada de ti, que tal vez ya tenga a otro?
Mario guardó silencio por un momento antes de responder sin emoción:
—Lo acepto con resignación.
Con dificultad, empujó su silla de ruedas hacia el dormitorio con su mano izquierda.
Sofía observaba su espalda; lágrimas inundaban sus ojos. Se sentía devastada; nunca había imaginado que Mario llegaría tan lejos por su familia… Ahora creía firmemente que él realmente amaba a Ana. Pero también estaba dispuesto a herirla.
Dejando que Sof