Un escalofrío heló la espalda de Leah. Su corazón golpeó con violencia dentro del pecho, tanto que, por un instante, su vista se nubló.
Los consejeros intercambiaron miradas en silencio. A nadie se le daba permiso de ver por más de tres segundos a Leah. Ni a Freya. Los lobos eran territoriales, pero Lucian las veía como su propiedad, parte de él. Era primitivo y brutal.
Una, su legítima compañera, Leah, era su manera de burlarse de una élite que lo señaló como débil, que le dijo que lobos de su calaña jamás escalarían. En cambio, Freya era el recuerdo palpable de un amor verdadero…
Noah alzó la cabeza. Aún tenía sangre en la mejilla, pero ni eso le quitaba la fiereza.
Lucian respiró por la nariz. Las aletas de sus fosas se hinchaban y contraían como si luchara por no estallar.
Estaba a punto de exigirle a Noah una explicación por ese descaro… cuando escuchó pasos firmes, rápidos y ligeros acercarse por detrás.
Leah se detuvo frente a él. Sus ojos, aún con ese brillo azul que sólo apar