Quince años después, en el aeropuerto de Estelaria.
Iker andaba entre la multitud. Con sus manitas regordetas, sostenía un pan y lo mordía con mucha emoción.
La forma en que comía era realmente única: primero lo lamía un poquito, entrecerraba cuidadoso los ojos como si estuviera disfrutando de cada bocado, y luego, se lo metía a la boca de un solo trago.
Iker tenía tan solo cuatro años. Era hijo de Marina, quien a sus 40 años lo tuvo después de una inolvidable noche de celebración por su aniversario de bodas. Después de haberse tomado un par de copas demás, terminó seduciendo a Diego, y esa noche nació una nueva vida.
Diego miraba a su hijo extasiado mientras masticaba su pan y no pudo evitar sentir una leve incomodidad. ¿Cómo podía haber tenido un hijo tan tragón?
Iker, era muy observador, levantó la cabecita y vio la mirada crítica de su papá. Sonrió mostrando sus pequeños y hermosos dientes, con migas de pan colgando de la boca.
Miró a su papá, tan alto, pero aún con la capacidad su