El viento mecía con suavidad las cortinas de esa habitación especial en dónde a una hermosa y triste novia la estaban preparando. Emily, sin embargo, no sonreía en aquel día. Sus ojos apagados le regresaban la mirada en el espejo; una mirada llena de tristeza y de decepción al sentirse tan solo como nunca antes se había sentido. El cepillo de plata marcaba cada hebra de su hermoso cabello castaño bien cuidado y sedoso, y una brocha de rubor, coloreaba sus tersas mejillas de un rosado suave que marcaba sus pómulos perfectos. Una caja cerrada la esperaba en la cama, los guantes blancos yacían junto el delicado ramo de rosas blancas y azahares blancos. El labial resaltaba su belleza sencilla, y sus enaltecidas y orgullosas cejas se arqueaban con desanimo.

Mirándose tan bella como nunca, Emily lo supo; aquel día había llegado, quizás, demasiado pronto. Pronto caminaría del brazo de Sebastián Urrutia ya no como su prometida, si no como su mujer y ella no podía oponerse…o toda la verdad sob