Cada uno de sus movimientos era como una bofetada en mi cara. Hasta los rincones más escondidos de mis huesos dolían. Había imaginado esta situación tantas, tantas veces. Mientras miraba a mi alrededor, era como si estuviera en mi propia casa, pero sentía un frío recorriéndome por completo.
—Delia, ¿has despertado? —dijo Ania al voltearse y verme, sonriéndome: —Ven a probar la comida de Marc, te aseguro que está deliciosa.
Diciendo esto, llevó los platos a la mesa, actuando como la dueña de esta casa. Tomé una profunda respiración y pasé a su lado, directo a preguntarle a Marc:
—¿Por qué ella aquí en la casa?
Marc sirvió el último platillo, se quitó el delantal y me respondió con frialdad:
—Se irá en cuanto termine de comer.
—¿Acaso no tienes corazón? ¿De verdad me vas a echar? —Ania lo miró con enfado.
—¡Ania, ya basta! No sigas buscando pleitos —Marc parecía haber agotado su paciencia.
—Qué tacaño eres —murmuró Ania, jalándome para que nos sentáramos a comer.
Como si la persona que