Después de cenar, Mateo y yo nos dirigimos juntos al hospital.
Le preparé comida a mi madre, pero al llegar a la habitación no la encontré.
La abuela ya estaba dormida.
Ahora solo quedaba esperar a ver si Felipe lograba sobrevivir.
Mateo me llevó directamente a la UCI.
Vi a Eloy de pie allí y me acerqué: —Mamá.
Eloy me miró. Al principio temí que le afectara el lugar, pero su rostro estaba impasible, sin emoción.
No pregunté más y la hice sentar: —Come algo.
Eloy preguntó: —Mateo ya te puso al tanto, ¿verdad?
Asentí.
Eloy soltó una maldición: —Es un desastre.
—Si tan solo hubiera escuchado un poco a su madre, no estaríamos así.
—Yo también quiero que sobreviva para que vea a su esposa y a la hija que cuidó con tanto esmero durante veinte años marcharse con otro hombre.
—Eso sería satisfactorio.
Miré a Mateo: —¿Todo esto se lo contaste a mi mamá?
Mateo levantó una ceja y respondió: —Todo lo que mamá quiere saber, se lo digo tal cual.
…
Me reí: —Si no supiera, pensaría que eres su hijo.