Él me lanzó una mirada de reojo: —¿Un poco más?
—¿No estás satisfecho?
—No es eso.
Mateo sonrió: —Solo quiero saber, ¿cuándo alcanzaremos el clímax?
Sonreí levemente: —Eso depende de tu desempeño. ¡Dale con ganas!
—¿Con ganas? Estoy esforzándome al máximo ahora mismo.
Mateo, en tono persuasivo, bajó su mano y la posó sobre la parte interna de mi muslo. Al tocarme, apretó los dientes y dijo: —No es que no respete a los mayores, pero quería preguntar: ¿por qué tus familiares aún no se han ido?
Me sonrojé intensamente y aparté su mano de un manotazo: —¡Siete días! ¿Tan rápido puede ser? ¡Si fuera así, debería estar en el hospital!
...
Mateo cerró los ojos un momento, resignado. Me cargó y me llevó hacia el comedor: —Tengo hambre.
Ema ya había preparado la comida.
Al ver los platillos, me iluminé y miré a Mateo: —¿Son todos mis favoritos?
En verano, el calor me quitaba el apetito.
Antes, Marta nunca adaptaba su cocina a mis gustos, así que comía aún menos.
Por eso, el verano era una buena