El otro asunto pendiente era el de ese malnacido que había herido a Olaia.
—Sí, señor.
José colgó el celular, intentó encender un cigarro, pero se dio cuenta de que solo llevaba puesta una toalla.
Abrió la puerta del balcón, entró a la casa, fue a la cocina y sacó una botella de agua fría del refrigerador, bebiendo casi la mitad de la botella.
Si no lograran recuperar la grabación, tendrían que hacer lo que Mateo sugirió: tomar medidas más drásticas.
Lo de Óscar era sencillo; bastaba con amenazarlo con su abuela para obtener información sobre lo que ocurrió esa noche.
Pero lo de Paula era diferente.
Sus testimonios deben coincidir perfectamente.
…
Cuando Olaia despertó, la oscuridad ya había caído.
Miró a su lado y la cama estaba vacía.
Recorrió el salón, pero no había nadie.
En el balcón, colgaban sus ropas y las de José.
Buscó su celular y llamó a José.
Justo cuando la llamada se conectó, vio una nota sobre la mesa de centro.
[He ido a casa. La comida está en el fuego. Si no te apete