A pesar de que solo eran unas cuantas horas de la mañana, la ciudad estaba llena de gente y todo el mundo parecía estar de muy buen humor. En casi todas las esquinas había grandes carteles de Antonio y Carmela, anunciando la boda de ellos.
“¿Quién hubiera pensado que el rey, a quien apenas vemos, se casaría algún día e incluso invitaría a todos sus súbditos?”, le dijo una señora a otra en un puesto donde Leila se detuvo para comprar agua.
“Esa Luna fénix es realmente una bendición. Ha cambiado por completo la personalidad del rey. Es increíble verlo”, respondió la otra señora.
“Ya le dije a mi sobrino, que es comerciante de telas en el extranjero, que me consiga la mejor tela. Nadie va a vestir mejor que yo en esta boda”, dijo la primera mujer entre risas y ambas aplaudieron.
Leila se alejó de allí, pero en cada esquina por la que pasaba parecía haber un ambiente similar. Todo el mundo estaba entusiasmado con la boda del rey y eso la ponía enferma. Al oír a la gente hablar de ello,