“Buenas noches, Mamá”, dijo Amara, besando las mejillas de Leila antes de acostarse en la cama y Leila le puso una manta encima cuando llegó a casa esa noche.
Le consiguió algunos suministros a Tristan y hablaron por un buen rato sobre cómo Tristan podría ayudarla a demostrar su inocencia con lo que él sabía.
Siempre supo que Amara era especial, pero no tanto, una mujer loba y una hechicera.
No sabía por qué dos diosas decidirían ir en contra de las leyes de la naturaleza, las mismas leyes de la creación, para bendecir a una niña, a su hija, con sus poderes, y le preocupaba que Amara tuviera que vivir con ese conocimiento y esa carga desde tan joven.
¿Qué tipo de poderes tendría Amara? ¿La corromperían como había oído que les sucedía a muchos hechiceros y hechiceras? ¿Y ese aura mágica que rodeaba a su loba? ¿Acaso le confería a su loba algún tipo de poder especial o era solo la mera presencia de la magia dentro de ella?
Tenía tantas preguntas sin respuesta y muchas de esas respue