ELAINE
Me quedé en el umbral mientras el sol del final de la mañana proyectaba largas sombras sobre el porche de Duncan. Acababa de invitarlo a acompañarnos al parque. Había jugado un poco con los niños antes de sugerir la salida.
Pero cuando le extendí la invitación, sus ojos se oscurecieron y apretó la mandíbula con tanta fuerza que pude escuchar cómo rechinaban sus dientes. Se inclinó hacia adelante con los dedos curvados en puños a sus costados, y con aquel susurro bajo y mortal me amenazó.
—Si... lastimas... a mis... hijos... Te... mataré —dijo con voz temblorosa como un tambor de guerra—. Te... cazaré... y te... mataré yo mismo.
Mi garganta se secó por completo. Quería empujarlo, reírme del calor insano que me recorría, y decirle que era tan aterrador como atractivo. Pero solo asentí, porque le creía. Si alguien podía hacerlo, era Duncan. Y vaya que se veía sexy cuando me amenazaba. No me asustaba, me excitaba. Lo sentía hasta en los huesos.
Aun así, no podía echarme atrás. Los n