SOPHIE
El viaje de regreso a la oficina fue dolorosamente silencioso. No cualquier tipo de silencio: uno ruidoso y sofocante que hacía que cada segundo se estirara como una eternidad. Había jugado mis cartas con demasiada audacia hoy, y el ceño fruncido de Travis Sinclair era prueba de ello.
No hablaba. No me miraba. No reconocía mi existencia. Todavía no parecía recordar nada a pesar de haber estado en su cara todo el día.
Lo miré de reojo. Se veía exhausto, y no solo por el trabajo del día. Había una pesadez en sus ojos que insinuaba algo más profundo, algo que llevaba consigo cada segundo de cada día.
No puedo evitar preguntarme qué le quitó el brillo de sus ojos y lo reemplazó con el vacío que acecha dentro de ellos ahora. Mientras el auto giraba hacia la avenida principal, se me ocurrió una idea. Era arriesgada, pero a estas alturas nada parecía demasiado nuevamente.
Solté un suspiro dramático, lo suficientemente fuerte para llamar su atención.
—Sabes —comencé—, estaría bien si si