ARTEMISA
Devoro una manzana mientras observo sentada en un banquillo destartalado el cuerpo del hombre que llevo un poco más de un día cuidando por orden de mi hermana que partió ayer con información que requería.
He hecho un poco de ejercicio porque el encierro está volviéndome loca, estas cuatro paredes infernales están acabando con mi cordura y la mujer que solía ser, soy una mujer que goza de la libertad, de no sentirse atada ni gobernada por nadie, soy imparable e incontrolable, solo quiero comerme el mundo, ahora me reduzco a unas cuatro paredes que albergan humedad, soledad y mal olor que se desprenden de las tuberías de todo el vecindario que se unen en este lugar que odio pero que me mantiene a salvo.
—¿Quien eres?—el hombre despierta y rompe la tranquilidad con ese acento griego que azota algo dentro—¿cuál de las dos Artemisa o Andromaca?
—¿Eso importa? —es normal que no sepan diferenciarnos, era un hecho que nuestros padres se guiaban por el color de nuestros ojos, de ahí