El silencio en el apartamento se volvió distinto. Ya no pesaba, ya no era ese aire espeso que asfixiaba, sino una calma tibia, como si ambos hubieran soltado un poco del dolor que cargaban. Valeria se acomodó en el sofá, sus piernas dobladas, abrazando un cojín como si fuera un escudo. Gabriel permanecía a su lado, inclinado hacia adelante, con los codos sobre las rodillas, observándola con atención.
Por primera vez en mucho tiempo, Valeria dejó escapar una sonrisa tenue. Era frágil, casi temerosa, pero estaba ahí.
—Míranos… —susurró, con un dejo de ironía—. Dos adultos llorando como niños, atrapados en un apartamento que apenas tiene espacio para respirar.
Gabriel arqueó una ceja, dejando que una media sonrisa se dibujara en su rostro.
—¿Y sabes qué pienso yo? —dijo, levantándose para mirar alrededor como si inspeccionara el lugar—. Creo que aquí falta algo muy importante.
Valeria lo miró confundida.
—¿Qué falta?
Gabriel se giró hacia ella, con una sonrisa juguetona, y se señaló el p