La noche se extendió lentamente, con las sombras de la mansión abrazando cada rincón. Valeria no podía dormir. Se mantenía inmóvil en la silla de la terraza, la luz tenue de la lámpara que colgaba del techo iluminando débilmente sus papeles. El frío ya no la afectaba tanto, ya no sentía que el viento le cortara la piel, sino que lo veía como una especie de aliado silencioso, un recordatorio de que el aire, aunque gélido, era lo único que no podía controlar Alexandre.

Se levantó de la silla con cautela, con las manos crispadas sobre su vientre. Algo en ella había cambiado. Ya no solo luchaba por sobrevivir, sino por entender el entramado de ese control, por comprender cada pieza que se movía dentro de las paredes de la mansión. Cada movimiento del guardia, cada mirada furtiva de la mujer que la había acompañado antes, todo era importante. Todo tenía una razón, aunque solo fuera para que ella pudiera encajar en un rompecabezas mucho más grande.

Caminó hasta la barandilla, donde la vista