La ciudad se sumía en la oscuridad, iluminada apenas por las farolas y los neones dispersos en las avenidas. Era viernes por la noche, y mientras muchos disfrutaban de la vida nocturna, Valeria y Gabriel se preparaban para la misión más arriesgada de sus vidas.
El reloj marcaba las nueve cuando Mónica llegó al pequeño apartamento, con el rostro pálido y el corazón latiéndole a mil. Llevaba una chaqueta sencilla, el cabello recogido y una expresión de alguien que sabía que estaba a punto de cruzar una línea peligrosa.
—Ya está todo listo —susurró, apenas entrando—. Alexandre tiene una cena con los inversionistas. No volverá a la oficina hasta medianoche, como mínimo.
Valeria intercambió una mirada rápida con Gabriel. El tiempo jugaba a su favor, pero también en su contra: tenían solo unas horas para entrar, encontrar el disco y salir sin ser descubiertos.
—¿Y la recepcionista? —preguntó Gabriel.
Mónica tragó saliva.
—Yo me encargo. Le inventaré una excusa para sacarla del edificio. Ust