Los días siguientes transcurrieron con una tensión contenida. Valeria se movía con cautela por la casa, cada paso calculado, cada sonido haciendo que su corazón se acelerara. Gabriel no la dejaba sola ni un instante; su presencia era constante, vigilante, como un muro infranqueable.
Pero Alexandre no tardó en actuar de nuevo. Una mañana, mientras Valeria desayunaba, recibió un paquete sin remitente. Al abrirlo, encontró dentro un muñeco con el rostro del niño dibujado con tinta roja y un mensaje breve: “No intentes desafiarme. Sé lo que amas y puedo destruirlo”.
Valeria sintió que el miedo la paralizaba, pero Gabriel la tomó de la mano con firmeza.
—Escúchame —dijo él—. Esto no nos va a vencer. Esta vez estamos preparados. Él cree que puede manipularnos, pero ya no.
Gabriel organizó un plan con su equipo de seguridad: rutas seguras para los desplazamientos de Valeria y su hijo, vigilancia constante, y preparación para cualquier intento de Alexandre de acercarse o amenazar directamente