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Gabriel se incorporó de golpe, aún con el cuerpo entumecido por el sueño. El abrazo de Valeria era demasiado fuerte, como si temiera que al soltarlo el mundo se derrumbara. Cuando ella no respondió a su pregunta, la miró más de cerca. Tenía los ojos abiertos, fijos en la nada, respirando rápido.

—Valeria… ¿qué pasó? —repitió, intentando sostenerle el rostro.

Ella negó con la cabeza, pero las lágrimas ya le corrían por las mejillas. Gabriel sintió un vacío en el pecho. La rodeó con sus brazos y la mantuvo contra él, hasta que el temblor de su cuerpo empezó a disminuir. Entonces lo entendió, sin que ella dijera una sola palabra: Alexandre había estado allí.

Se levantó sin decir nada, caminó hasta las escaleras y subió con cautela. La puerta de la habitación seguía entreabierta. El aire olía diferente, una mezcla de su perfume y algo metálico, una tensión invisible que lo hizo fruncir el ceño. No había nadie. Solo el silencio, denso, lleno de electricidad.

Cuando bajó, Valeria ya estaba
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