El silencio en la habitación era tan denso que podía escucharse mi propia respiración temblar.
Me levanté de la cama con esfuerzo.Cada movimiento dolía.Pero la rabia… la rabia era más fuerte que el dolor.
Tomé la foto de Melanie sobre la cómoda. La miré largo rato.
Su sonrisa. Sus ojos llenos de vida. Esa luz que ya no estaba.
—Tú fuiste débil, hermanita… —susurré, con la garganta ardiendo—.
Pero yo no lo soy.
Mis manos apretaron el marco con fuerza.
—A mí nadie me pisotea. Nadie. Jamás.
Respiré hondo.
—Cometiste el error de amar demasiado… Yo no voy a repetirlo, Juro por tu alma…que todos los que te hicieron daño van a pagar. Uno por uno.
Dejé la foto sobre la cómoda, temblando.
En ese instante, la puerta se abrió sin tocar.
Rebeca.
Entró con una bandeja de comida, con una sonrisa suave, falsa, cuidadosamente actuada.
—Hola, Melanie… —dijo como si fuera una amiga preocupada—. Pensé que… quizá no querías bajar. Y… te traje algo para comer.
Me quedé viéndola, confundida y a la vez con