Max Jones
La magia del momento se rompió por completo. El hechizo del que había sido presa deshaciéndose lentamente. Como si un balde de agua helada me hubiese caído encima. Me alejé lo máximo posible, sin llegar a levantarme del taburete. Estaba totalmente sorprendida por sus palabras. La primera vez se lo había dejado pasar, pero esto no podía ser una casualidad.
¿De qué me estaba perdiendo?
—¿Te conozco? —Mi voz salió tan temblorosa que, por un instante, me sentí patética.
—Oh vamos, Lissie. ¿Fingir que no me conoces? Esa es nueva —Había una sonrisa en su rostro, que se me antojó como una cruel burla. Su expresión era tan socarrona, se estaba divirtiendo a mi costa, haciéndome enfadar cada vez más. ¿Quién se creía él que era? —. ¿Me dirás que también olvidaste mis besos? ¿Lo bien que lo pasabas en mi cama?
No pude aguantar ni un segundo más, no iba a quedarme escuchando las sucias palabras que salían de su boca. Mi mano se elevó en el aire, estaba dispuesta a darle la cachetada de su vida. Él logró atajar el manotazo en el aire, sin problema alguno, incluso parecía que se lo esperaba.
Las lágrimas de vergüenza picaban en mis ojos, pero no le daría el gusto. Había resultado ser todo un arrogante, uno que se negaba a soltar mi mano, por más que intenté que me soltara de la forma más disimulada posible.
El chico que atendía la barra me dedicó una mirada, como asegurándose de que todo estuviera en orden. Intenté formar una sonrisa, para apaciguarlo.
No quería armar un escándalo en plena discoteca.
Él pareció notarlo, por lo que sonrió con picardía. Sus ojos color ámbar me recorrieron entera, mientras su lengua pasaba por sus labios.
Era un arrogante, pero sabía bien lo atractivo que era.
Y aunque quisiera negarlo, sus ojos me invitaron a cometer toda clase de pecados junto a él.
—Vamos a bailar —sin darme tregua, comenzó a jalarme por el brazo en dirección a la pista. Su agarre era bastante firme, pero había cierta delicadeza en su forma de tocarme, sabía la fuerza que necesitaba para no soltarme, pero también la necesaria para no hacerme daño. Mi brazo hormigueaba ahí donde su mano se encontraba, no de una mala manera.
Justo entonces, logré fijarme en la música que sonaba.
Durante toda mi conversación con el aún desconocido hombre, había estado tan inmersa, que me había olvidado por completo de donde estaba. Una bachata sonaba por los altavoces, un baile sensual, pensé, con un pequeño ataque de pánico.
Luché por liberarme, pero su agarre fue firme en su sitio.
Él no me iba a dejar marchar.
El apuesto desconocido me guio por la pista, sin llegar a soltarme ni un segundo. Quedamos frente a frente en un hábil movimiento de su parte. Sus ojos ámbar me miraban con firmeza, con cierto deseo y melancolía. Comenzamos a bailar al son de la música. Sabía que él no se quedaría tranquilo sin un baile, y siempre y cuando no se propasara, no creía que hubiera problema en concedérselo.
Ni siquiera sabía si era buena bailando, pero en sus brazos pude dejarme guiar, como si estuviésemos hechos para bailar juntos. Había algo que se sentía bien en nuestros cuerpos juntos, en cada roce provocado por sus pasos. Había algo en él, que podía hacerme sentir como si nadie más importara en este lugar, como si solo yo fuese la indicada para él. Sus pasos eran tan sugerentes, parecían promesas prohibidas, olvidadas.
Me era imposible negar que mi cuerpo respondía ante él. Cada caricia, cada movimiento, era correspondido por mí. Fue como si mi mente se apagara y mi cuerpo solo siguiera sus propios instintos.
—Puedo fingir que no te conozco por una noche, pero no olvido todas las veces que bailamos juntos, cada beso, cada caricia. Te haré recordar quien es Max Jones y porque tú me perteneces —me susurró al oído, sin detenerse. Él parecía saber exactamente qué hacer para envolverme, para enloquecerme.
Bailamos juntos toda la canción. Y las que siguieron a ella. Me sorprendió un poco notar que, de hecho, era buena bailarina. Incluso aunque no recordaba los pasos, Todo en mi cuerpo respondía ante la música y, sobre todo, ante Max. Su nombre cosquilleó en mi mente, como si lo conociera más que mi propio nombre, pero no podía estar segura.
Al momento de acabar la música, Mi cuerpo casi se desploma, sentí mis piernas temblar cual gelatina, amenazándome con dejarme caer. Me sostuve en los brazos de Max hasta que fui capaz de estabilizarme. Era como un recordatorio de que había estado en coma apenas unas semanas atrás.
Además de que había sido una clara indicación de Adam no esforzarme por algún tiempo.
Max me atajó en el aire cuando intenté dar un paso hacia atrás, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura. Me ayudó a llegar a la mesa más cercana sin hacer preguntas. Para mi fortuna, no había nadie sentado.
—Estás muy fuera de forma, pude sentirte temblar en toda la canción. ¿O quizás era de deseo? —el brillo jocoso en su mirada me dio la sensación de que solo bromeaba conmigo.
—Claro, es que estar cerca de Max Jones hace que a cualquier le tiemblen las piernas —dije, siguiéndole la broma y recordando sus palabras de hace unos segundos.
—Es bueno que lo sepas —Me respondió sin perder la sonrisa—. ¿Qué le sucedió a tu brazo?
—¿Mi brazo? —me quedé observando la extremidad que me señalaba, encontrando las pequeñas cicatrices que el accidente había dejado en mi cuerpo. Mi madre había logrado disimular un poco la que estaba en el nacimiento de mi cabello con maquillaje, pero yo había creído que las otras marcas pasarían desapercibidas bajo la luz de la discoteca. Me sentí un poco ilusa, a la vez que un poco sorprendida de que estuviera detallándome tanto—. Uhm, digamos que tuve una especie de accidente en el auto.
Por primera vez en lo que iba de noche, el rostro de Max se enserió. Fue impresionante observar el cambio en sus facciones. De parecer un niño travieso, se había convertido en todo un hombre, uno que se veía un poco molesto.
—¿Estás bien? ¿Es por eso que estás en la ciudad? ¿Hace cuánto fue? —El torrente de preguntas llegaron sin demora, se veía genuinamente preocupado.
—Dijiste que fingiríamos que no nos conocemos por esta noche. No te preocupas así por alguien que apenas conoces. ¿O sí? —Dije, con un toque de reto en mi voz.
No podía permitirle acercarse mucho, no hasta que no supiera quien era él y porque parecía conocerme tanto. El consejo de mi madre resonó una y otra vez en mi mente.
Nadie debía saberlo.
Cerré los ojos por un momento, intentando calmar mi desbocado corazón. No entendía porque sentía tanta confianza hacia Max, pero parecía bastante natural estar hablando con él, contándole cosas que jamás debía mencionar. Fruncí un poco los labios, con la molestia de saber que no estaba haciendo lo que debía.
—De acuerdo. Te daré lo que deseas... —escuché, segundos antes de abrir los ojos y verlo inclinarse hacia mí, con intenciones de besarme.
El pánico inundó mi cuerpo, haciéndome reaccionar por mera intuición. Le di un empujón que lo llevó al piso. No era exactamente lo que quería hacer, pero verlo acercarse a mí había logrado despertar un instinto que no sabía que tenía.
Me sentí un poco molesta. Si bien, yo no había mencionado más el hecho de querer irme, tampoco le había dado señales de querer ser una aventura de una noche. Al menos eso quería pensar.
Sentí su mirada iracunda sobre mí, mientras todos en la discoteca nos observaban con atención, a la espera de un escándalo. Incluso noté que Mike estaba cerca, con un rostro serio y peligroso, dispuesto a defenderme
—¿¡Qué crees que estás haciendo!? —Le reclamé con voz aguda, sin importarme si los demás me escuchaban.
—¿Yo? ¿¡Qué crees que estás haciendo tú!? Me pediste una noche y eso iba a darte. ¿Acaso perdiste la cabeza? —Su enfado parecía superar el mío. Max Jones no estaba acostumbrado al rechazo.
Lo observé levantarse y acercarse a mí. Sus ojos me fulminaron mientras sus últimas palabras se repitieron en mi mente una y otra vez, causando que mis ojos picaran. Quizás no había perdido la cabeza del todo, pero sí había perdido cada uno de mis recuerdos.
—Yo...
Los nervios se apoderaron de mí, sentí que mi cuerpo se enfriaba y podía jurar que me estaba poniendo pálida.
Una pequeña imagen se formó en mi mente, sin embargo, no pude atraparla. Supe que esta no era la primera vez que discutía a gritos con Max. Los bordes de mi visión se fueron nublando. Sentí una mano en mi brazo, fuerte, cálida... segura. Sentí una conexión con él, una seguridad que no sabía porque estaba, pero la abracé con fuerza.
Había estado tanto tiempo perdida y temerosa, que me aferré a esa seguridad que él en ese momento me brindaba.
—Necesitas tomar aire, ven conmigo.
Él se veía preocupado, tanto que no pude negarme a acompañarlo. Parecía que la preocupación era mayor a su enfado. Me sorprendió como podía cambiar su estado de ánimo en segundos. Hace nada había estado furioso, pero al verme tambaleándome al borde del desmayo, fue como si todo lo demás quedara en el olvido.
—¿Todo bien, señorita Hart? —La voz del grandulón de la puerta llamó mi atención. Mike estaba de pie junto a nosotros, parecía tener intenciones de bloquearnos la salida de ser necesario.
—Todo bien, Mike. Es un amigo —por razones que no pude explicar, no podía ver a Max como un amigo. Me negaba por completo ante esa idea.
—Si necesita algo, sabe que puede llamarme —Dijo retirándose.
Una vez el camino despejado, Max me dirigió a la salida. La noche estaba fresca, aun había algunas personas haciendo fila para entrar a la discoteca. Me sentía un poco mareada, sino fuera por el fuerte agarre de Max sobre mí, de seguro que ya estaría en el piso. Me pregunté por un instante donde estaba Hannah y si no podíamos irnos ya a casa.
Caminamos hasta detenernos en un bonito y reluciente coche negro. Era muy elegante y moderno. De inmediato me gustó, pegaba mucho con el hombre a mi lado.
—Entra —ordenó con voz firme, no aceptando un no por respuesta y abriendo la puerta para mí.
—No — Y por supuesto que yo le diría que no, sin importarme su actitud.
—Vamos, Alissa. No voy a secuestrarte ni abusar de ti. Solo quiero hablar. ¿Tienes hambre? —Dijo con un tono de voz un poco más suave.
—Estoy aquí con mi hermana, no puedo dejarla sola —mi voz salió un poco dudosa, dejando entrever como me sentía. No podía negar que me tentaba la idea de hablar con el interesante hombre a mi lado.
—¿Hannah? Se acaba de ir con un muchacho. Te dejó aquí tirada y seguramente no tienes como volver a casa.
Me sonrió seductoramente, sabiendo que había ganado, aunque se veía algo molesto por sus propias palabras. De mala gana, ingresé en el coche, esperando no estar cometiendo un terrible error.
Max manejó con bastante tranquilidad, tomándose su tiempo en el camino, sin buscar sacar algún tema de conversación y yo no me sentía muy de ánimos para hacerlo.
Solo me concentré en mirar por la ventanilla la hermosa ciudad. Tenía la sensación de haber recorrido esas calles millones de veces con la persona a mi lado. Por un segundo pude vernos, ambos agarrados de las manos, caminando juntos. Las sonrisas en nuestros rostros siendo deslumbrantes. Tanta comodidad y cariño transmitidos en una sola mirada.
Tanta complicidad.
Me llevé una mano a la cabeza apenas el recuerdo se escapó. Estar junto a Max, por alguna razón traía algunos recuerdos a mi mente, noté con cierta alegría. El dolor de cabeza era compensado con los recuerdos. Eso que para mí era tan importante. Ahora incluso sabía que lo conocía más de lo que había pensado en un principio.
—¿Alissa? ¿Estás bien? —preguntó mirándome directamente. Asustada, revisé a mi alrededor, creyendo que podríamos tener un accidente si nos descuidábamos de esa manera, solo para encontrar que el auto se había estacionado frente a una pequeña cafetería que estaba abierta incluso a esas horas.—Si. ¿Vamos a comer aquí?
—Pues claro. Melissa nunca nos perdonaría si comemos en otro lugar. ¿Acaso fingirás que no la conoces a ella tampoco? —Había humor en su voz, parecía disfrutar mucho estar burlándose de mí.
No esperó una respuesta de mi parte y bajó con rapidez del auto. Rodeándolo para abrir mi puerta, Max lució como un príncipe sacado de algún sueño adolescente. Al bajar, me ofreció su brazo, negándose a soltarme bajo ningún concepto. Era todo un caballero, uno un poco chapado a la antigua, pero de que alguna forma logró hacerme sonreír.
Al entrar, una pequeña campanilla colocada frente a la puerta tintineó, el sonido siendo molestamente familiar.
El ambiente era cálido y acogedor. La cafetería estaba pintada de un bonito verde y las mesas eran de un verde más oscuro. En el mostrador había postres de todo tipo. Se me hizo agua la boca de tan solo verlos. Una pareja estaba sentada en una mesa al fondo. Una cajera en el mostrador y una mesera.
Nos dirigimos a una de las tantas mesas desocupadas, junto al gran ventanal. Él se sentó justo frente a mí, mirándome fijamente.
—¿Melissa sabe que estás en la ciudad? —preguntó con curiosidad.
Solo pude negar con la cabeza, las palabras se negaban a salir de mis labios. ¿Cómo le explicaba que no conocía a la tal Melissa? ¿Por qué tenía que ser tan difícil?
—Apenas llegué hace dos semanas. No he tenido tiempo de mucho...
—Ah, claro.
La guapa mesera se acercó a nosotros. Primero se abalanzó sobre Max, murmurando algo sobre que lo había extrañado mucho. Max sonreía y correspondía a la muestra de cariño excesivo. Era notoria la confianza que ambos se tenían.
La confusión me dominó por completo.
—¡Max! No puedo creer que hayas regresado, estoy tan feliz de verte—Su sonrisa era tan deslumbrante. Solo parecía tener ojos para Max, por lo que me ignoró notoriamente.
—Es bueno verte, Melissa. A qué no adivinas a quién traje conmigo.
—¿Contigo? —En ese momento ella volteó a verme, como si apenas se diese cuenta de que Max estaba acompañado. Le tomó unos segundos reconocerme, pero apenas lo hizo, se abalanzó hacia mí de forma ruidosa, al punto de casi tumbar la mesa. Era un abrazo muy cálido al que no supe como corresponder.
—¡No puedo creer que estés aquí, Alissa! Creo que puedo denominarme como la persona más feliz del mundo.
Así que ella era Melissa, deduje.
La mesera era de un castaño muy claro y una sonrisa brillante. Su tez morena acompañado de unos cálidos y risueños rasgos que se me hicieron familiares. Sus ojos eran del color de su cabello, su nariz respingona, sus labios delgados y de un bonito tono rosado. Una morena impresionante, admití.
Melissa también me repasó con la mirada, quizás buscando las diferencias de mi yo del pasado. Intenté obligarme a decir algo, pero su mirada era tan intensa, su cariño era tan sincero, que no pude evitar sentirme abrumada. La mesera fue perdiendo la sonrisa conforme pasaban los segundos y yo no correspondía a su efusivo saludo.
—Hola... —Fue apenas un susurro, pero bastó para poner a la morena de buen humor de nuevo.
—Después nos pondremos al día. ¿Qué desean ordenar? —Preguntó amablemente.
—Tráenos un gran plato de Hot cakes, ya sabes cómo le gustan. Y para mí unas tostadas —Ordenó, sin siquiera preguntarme que deseaba.
—Enseguida. ¿Algo para beber?
—Dos cafés, un cappuccino y un espresso, por favor —Con una sonrisa, la camarera se retiró.
Llegué a incluso preguntarme por un momento si no le dolían las mejillas de tanto sonreír.
—Podía pedir por mi cuenta —dije en tono amargado. Aunque si era sincera, ni siquiera sabía que me gustaba comer.
—Ya pedí por los dos, no te preocupes —A Max parecía gustarle ponerme de los nervios—. ¿Ahora sí me dirás que te trajo de vuelta?
—No creo que eso sea de su interés, señor Jones.
—Puede, pero realmente quiero saberlo. Juraste nunca poner un pie en este lugar de nuevo —dijo con seriedad, el rastro de los juegos quedó aparte.
—Supongo que no lo dije tan en serio.
A cada momento dudaba más y más de mis propias palabras.
—No pareces la misma, Alissa. Esto de jugar conmigo como si no me conocieras, tu reacción al ver a Melissa. Aquí hay gato encerrado y yo voy a averiguarlo.
Sus palabras estaban cargadas de una amenaza real, tanto, que no pude evitar sentir nervios. Sabía en lo más profundo de mí que él planeaba cumplir esa amenaza.
No necesité de mis recuerdos para tener la certeza de Max Jones era alguien de palabra.