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capitulo 5 Dos Mundos diferentes

En ese momento, lejos de la opulencia del Bentley y la tensa atmósfera del taller, Catalina se encontraba en la modesta casa de sus padres, un hogar lleno de calidez y sencillez. El aroma a café recién colado y las voces suaves de sus padres llenaban el ambiente, creando un contraste abismal con el reciente encuentro.

Catalina estaba sentada a la mesa de la cocina, con la tarjeta de Don Rafael apoyada sobre el mantel de hule floreado. Sus manos, aun con rastros de grasa a pesar de haberlas lavado, jugueteaban nerviosamente con una esquina del cartón dorado. Sus padres la observaban con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—¿Y bien, hija? —preguntó su madre, Elena, una mujer de rostro amable y manos trabajadoras—. ¿Quién era ese señor tan elegante que vino a buscarte al taller? Nunca había visto un carro así por el barrio.

Su padre, Rafael (un nombre que resonaba con el del hombre del Bentley, aunque la coincidencia era pura), un hombre de pocas palabras, pero de mirada penetrante, añadió:

—Y ese muchacho malencarado que venía con él… no parecía traer buenas intenciones. ¿Todo está bien, Catalina?

—Son personas con mucho dinero, madre —confirmó Catalina, recogiendo la tarjeta y observándola con detenimiento—. Sí, por el carro se notaba.

—¿Y qué querían? —inquirió su padre, con el ceño ligeramente fruncido.

—Quieren que les haga un trabajo en su mansión —explicó Catalina, suspirando—. Me tendría que quedar allá, según me dijeron. Me pagarían muy bien.

—¡Ay, hija! —exclamó Elena, llevando una mano a su pecho con alivio—. Yo creo que deberías aceptar, aunque sea por un tiempo. Mira cómo necesitamos el dinero, Catalina. Ya casi no nos alcanza para nada.

—Sí, madre, yo sé —respondió Catalina, con un tono de preocupación—. Pero ese hijo suyo… me cae a las patadas. Es un creído insoportable. No sé si podría aguantarlo.

—La mansión es muy grande, hija —intervino Elena con un tono persuasivo—. Solo tienes que ignorarlo y no pasar por donde él se encuentre. Además, tú no lo sabe la semana pasada, llevé a tu padre al médico.

—¡Elena, no preocupes a la niña! —reprochó Fernando, aunque su voz denotaba cierta preocupación.

—¿Qué pasó, madre? ¿Qué tiene mi padre? —preguntó Catalina, su rostro mostrando alarma.

—No es nada, hija —intentó minimizar Fernando.

—Sí, es algo —lo contradijo Elena, con los ojos llenos de angustia—. El médico dice que es de operación… y ¿de dónde vamos a conseguir el dinero, Catalina? Tú sabes cómo está la situación. Esta oferta… quizás sea una bendición.

Catalina se levantó de la mesa, sintiendo el peso de las palabras de su madre y la preocupación silenciosa de su padre. Sin decir nada más, se dirigió a su pequeña habitación, cerrando la puerta tras de sí. Tomó la tarjeta dorada que Leonardo le había entregado y marcó el número privado de Don Rafael.

—Soy Catalina —dijo con voz firme al otro lado de la línea—. Acepto su oferta. Quiero trabajar para usted.

Hubo un breve silencio al otro lado antes de que la voz grave y amable de Don Rafael respondiera.

—Me parece bien, señorita Fierro. ¿Podría venir hoy mismo? Tenemos todo preparado para recibirla.

—Es más —añadió Don Rafael con eficiencia—, mandaré un auto a buscarla. Así podrá instalarse hoy mismo en la mansión y podremos comenzar a discutir los detalles del trabajo.

Al llegar a la mansión Santini, Catalina se quedó sin aliento. La imponente fachada de la casa, con sus columnas blancas y sus amplios ventanales, parecía sacada de una revista. El coche se detuvo en una entrada señorial, rodeada de jardines impecablemente cuidados y fuentes de agua cristalina.

Mientras el chofer abría su puerta, Catalina observó el entorno con incredulidad. Todo a su alrededor irradiaba opulencia: la perfección del césped, la elegancia de las esculturas que adornaban los jardines, el brillo de los mármoles en la entrada principal.

Al entrar en la mansión, la sensación de asombro no hizo más que aumentar. El vestíbulo era inmenso, con techos altísimos adornados con lámparas de araña de cristal y paredes revestidas en maderas nobles. Escaleras de mármol blanco se curvaban elegantemente hacia pisos superiores, y valiosas obras de arte decoraban cada rincón.

Para Catalina, acostumbrada a la sencillez de su hogar y la funcionalidad de su taller, aquel despliegue de riqueza era abrumador. Cada detalle, desde los muebles tapizados en seda hasta los arreglos florales exquisitos, gritaba lujo y poder. Se sentía como si hubiera entrado en un mundo de fantasía, completamente ajeno a su realidad cotidiana.

Una mujer de mediana edad, vestida con un impecable uniforme de ama de llaves, se acercó a recibirla con una sonrisa amable.

—Bienvenida a la mansión Santini, señorita Fierro. El señor Rafael la está esperando en el estudio. Por favor, sígame.

Catalina la siguió, con la mirada perdida en la magnificencia del lugar, intentando asimilar tanta opulencia de golpe. No podía evitar preguntarse qué tipo de trabajo la esperaba en este entorno tan diferente al suyo.

Don Rafael se levantó de su escritorio al ver entrar a Catalina en su estudio. Su rostro, habitualmente sereno y controlado, se iluminó con una genuina sonrisa.

—Señorita Fierro, qué alegría verla aquí —dijo, extendiéndole la mano con entusiasmo—. De verdad estoy complacido de que haya aceptado mi propuesta. Sabía que tomaría la decisión correcta.

—Bien, señorita Fierro, hablemos de las condiciones de su contrato —comenzó Don Rafael, invitándola a tomar asiento en una de las cómodas sillas de cuero frente a su escritorio—. Básicamente, usted estará a cargo de un taller completamente equipado que tengo en la mansión. No estará sola; trabajará junto con otros mecánicos. Si bien confío en su talento, siempre es bueno tener un equipo que pueda apoyarla. Sin embargo, permítame enfatizar que espero que su eficiencia sea igual o superior a la de ellos. He escuchado muy buenas referencias sobre su trabajo, y confío en que aportará un valor significativo a nuestras operaciones.

Tienes razón, mi error. Corrigiendo la conversación en la discoteca:

Mientras tanto, en un ambiente completamente diferente, en la penumbra vibrante de una exclusiva discoteca, Leonardo apuraba un trago junto a Valeria, su novia. La música electrónica pulsaba en el aire, mezclándose con las risas y las conversaciones animadas de la multitud. Valeria, una mujer de belleza llamativa y vestida con un elegante traje de noche, hizo una mueca de disgusto mientras hablaba.

—¡Qué asco, Leonardo! ¿De verdad tuviste que ir a ese… tugurio de taller? No entiendo por qué tu padre insiste con esa mujer. Seguro que hay miles de mecánicos mejores y con más clase en esta ciudad.

—¡Sí, qué se cree esa tipa! —exclamó Leonardo, con una risa forzada que buscaba la complicidad de Valeria—. Seguro es una cualquiera más, de esas que se creen intocables solo por tener una llave inglesa en la mano. ¡Qué ridícula!

Valeria soltó una carcajada, tomando del brazo a Leonardo con una sonrisa condescendiente.

—Ay, mi amor, no te amargues la noche por esa don nadie. Ya verás que tu padre se dará cuenta de que cometió un error. Además, ¿qué tanto puede hacer una simple mecánica? No debe tener ni idea de los autos de verdad, de los que importan.

Ambos rieron, volviendo su atención a la pista de baile y a la burbuja de exclusividad que los rodeaba, ajenos al nuevo capítulo que comenzaba a escribirse en la imponente mansión Santini.

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