El silencio del apartamento era casi palpable, roto solo por el ocasional crujido de los muebles mientras intentaba adaptarme a mi nueva realidad. Una semana había pasado desde la boda, una semana de miradas esquivas y palabras cargadas de tensión.
Me movía con cautela por el lugar, tratando de marcar mi territorio sin invadir el de Leonardo. La distribución del apartamento, con sus espacios pequeños y funcionales, no facilitaba la tarea. Cada encuentro fortuito en el pasillo o la cocina era un recordatorio constante de mi forzada convivencia.
Esa mañana, Leonardo se levantó temprano para usar el baño. Olvidando por completo mi presencia, dejó la puerta entreabierta. Yo, que pasaba por el pasillo, noté la escena a través de la rendija. La luz del baño delineaba su figura, creando sombras que jugaban con su masculinidad.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No era un escalofrío de deseo, sino de sorpresa e incomodidad. Ver a Leonardo en esa intimidad, aunque fuera accidentalmente, me desc