El coche de Rodolfo, un lujoso deportivo de alta gama, se deslizó suavemente por las calles de la ciudad. El interior, forrado en cuero y con la última tecnología, contrastaba con el viejo vehículo al que Catalina se había acostumbrado en su día a día. Rodolfo conducía con una confianza que rozaba la arrogancia, su mano descansando ligeramente sobre el volante, su perfil iluminado por las luces de la calle.
—He reservado en un restaurante que a mi familia le encanta —dijo Rodolfo, su voz suave y melódica, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos—. Es uno de los mejores de la ciudad. Cocina fusión, un ambiente exclusivo… te encantará.
Catalina lo escuchó, y una punzada de incomodidad la recorrió. Sabía que Rodolfo había elegido el lugar con la intención de impresionarla, de demostrarle su estatus, su mundo de lujos y excesos. Pero ella no buscaba eso. No buscaba un escaparate, sino una conversación, un acercamiento genuino.
—Rodolfo —dijo Catalina, su voz firme pero sua