Catalina, sumergida en la revisión de un complejo diagrama de motor, sentía la satisfacción de ver cómo su proyecto avanzaba, libre por fin de las distracciones constantes de los egos masculinos. A su lado, Inés, la eficiente secretaria asignada por Don Rafael, organizaba meticulosamente la agenda de la próxima semana, su presencia discreta pero invaluable.
—Las citas con los proveedores ya están confirmadas, Catalina —dijo Inés, con su habitual tono sereno—. Y el informe de producción del trimestre anterior está listo para tu revisión.
—Perfecto, Inés —respondió Catalina, sin levantar la vista de su trabajo—. Buen trabajo. Esto es un alivio.
El ambiente de concentración y calma se rompió abruptamente cuando la puerta de la oficina se abrió con un suave golpe. Catalina levantó la vista, y su ceño se frunció ligeramente al ver la figura que se recortaba en el umbral.
Era Rodolfo Perales. Su sonrisa era encantadora, su porte impecable, y sus ojos brillaban con una picardía que Catalina y