UNA BESTIA

Días que se fueron paso a paso, un rumor que se expandió por toda la escuela, y una sola persona que ya no parecía tener tranquilidad en el interior después de lo que escuchaba a diario.

Ese día, siendo más temprano que otros, en plena comida de la familia Rocha, la puerta principal se abrió dejando ver al joven Julio Rocha, el cual ni siquiera saludó, solo corrió escaleras arriba queriéndose encerrar en su habitación.

— ¿Tu hijo ya ni siquiera sabe cómo saludar? —Preguntó Willy a su madre mientras se llevaba un trozo de carne a la boca.    

Emilia no hizo caso a las provocaciones de su hijo mayor y simplemente se levantó de la mesa, mientras se disculpaba.

Emilia subió rápido las escaleras, ahí, en la habitación tercera a la izquierda, la puerta se encontraba abierta mientras Emilia pudo ver a su hijo Julio ir de un lado a otro como si estuviera sumamente desesperado.

—Julio, por Dios, ¿qué te pasa? —Preguntó Emilia entrando.

Julio volteó a ver a su madre. Ella era todo lo que él tenía y seguramente, por la manera en la que lo consentía, no iba a dejar que nada le pasara si Mercedes lo denunciaba.

—Madre.

— ¿Qué te pasa, mi tesoro? Me estás asustando.

—Madre, hay algo que te tengo que confesar.

—Dios mío, hijo, habla ya, ¿qué es lo que te pasa?

—Cometí un crimen, mamá.

— ¿Qué? ¿De qué me hablas?

—Yo… abusé de una mujer.

Con las manos recargadas en uno de los muebles de su hijo, habiendo escuchado toda la historia del crimen de su hijo, Emilia sabía que no se podía quedar de brazos cruzados. Es que no podía creer de lo que había sido capaz su hijo, no podía creer que el gusto por aquella chica de la que una vez le habló, se fuera a convertir en una obsesión que lo había llevado a cometer ese maldito crimen.

— ¿Estás seguro que ella no te vio el rostro? —Preguntó Emilia.

—Sí, mamá, estoy seguro de eso.

— ¡Pero cómo pudiste hacerle eso, es una niña!

— ¡Lo sé, mamá, lo sé, el problema es que me gustaba mucho!

— ¡Eres un imbécil, Julio!   

—Tengo miedo a que ella me denuncie.

—Eso no va a pasar, Julio, si dices que ella no te vio, no va a pasar nada.

—Está embarazada, al menos ese fue el rumor que se esparció por la escuela.

— ¿Estás seguro que es tu hijo?

—Sí, mamá, a ella ninguno de mis amigos la toco. Yo les dije que yo solo la quería para mí, ellos solo la golpearon.

— ¡Eres un desgraciado, Julio!

Casi lloriqueando por lo que había hecho, Julio se aferró a su madre. — ¿No me a encontrar, verdad?

Emilia, con una mano en la cintura, supo acercarse a su hijo. —No, Julio, no, hijo, de mi cuenta corre que esa mujer no te va a hacer daño. Ella es una pobretona, nadie le va a creer, nosotros tenemos el poder. Aunque pensándolo bien, no hiciste mal las cosas, hijo.

—No entiendo, mamá.

Emilia sonrió. —Si esa niña está embarazada de ti, eso solo puede decir una sola cosa, has cumplido con la cláusula de tu padre. Tienes un heredero ya, las empresas pueden pasar a ser tuyas. Siendo así solo tenemos que encontrar a ese niño, tenemos que quitárselo de esa mujer, ¿no crees?

Julio asintió aun entre lágrimas. Se sentía bien saber que su madre siempre estaba ahí para protegerlo.

  Y de esa manera, el tiempo comenzó a ser contado para Emilia y para Julio, Emilia había contratado al mejor personal de la ciudad para que se encargaran de encontrar a la mujer que tenía a su nieto en su vientre, las empresas seguían creciendo, Willy siempre presionado para tener una familia ya que su cumpleaños número veinticinco estaba más cerca de lo esperado.

Para ese momento era tiempo que Willy ya se había rendido con sus tratamientos, se decía que era muy difícil que él volviera a caminar.

Por otro lado se encontraba la persona que más sola había quedado desde que fue su propio padre quien se atrevió a echarla de la casa cuando más necesitaba de alguien, y fue su amiga, la única que se quedó a su lado para ofrecerle un techo y un poco de comida.

Ocho meses habían pasado desde la tragedia de Mercedes y en menos de un mes tendría a su bebé entre sus brazos.

—Mira, te compré estas manzanas, dices que esto es lo único que te quita el hambre —le dijo su amiga Luna mientras ayudaba a Mercedes a levantarse de la cama, ya que su gran vientre ya no le permitía hacer tantas cosas.

—Gracias, Luna, no sé porque te molestas tanto.

— ¿Cómo no me iba a ocupar de ti si eres como mi hermana?

— ¿Vas a ir a trabajar?

Luna suspiró en cuanto su amiga le hizo aquella pregunta. —Ya lo sabes, tengo que sacar para la renta de este mugroso lugar.

—Te juro que en cuanto yo pueda trabajar, te juro que nos vamos a ir a un lugar mejor, tú, yo y mi hijo.

—Ya te dije que por eso no te preocupes. Ahí en cabaret me va muy bien. Solo tengo que bailar para los hombres y me va bien.

—Es peligroso, no me gusta que trabajes así.  Mejor ven, ayúdame a levantarme —pidió Mercedes haciendo otro esfuerzo.

Y fue justamente en ese momento en que ella más esfuerzo hacía cuando Mercedes se dio cuenta que su bebé ya venía en camino. El dolor se hizo insoportable de un momento a otro.   

— ¡Hey, ¿qué pasa, Mercedes?!

—Ya viene, Luna… mi hijo ya viene en camino.

— ¡¿Qué? Pero si solo tienes ocho meses!

— ¡Llévame al hospital!

— ¡Sí, sí, vamos!            

            En la clínica más sucia y pobre como la había descrito alguien más, en uno de los cuartos, un bebé que lloraba a su llegada al mundo. Un bebé que había sido varón.

— ¡Es un niño! —Gritó la doctora mientras dos enfermeras tomaban a Mercedes de las manos, pues se encontraba muy débil.

—Quiero ver a mi hijo —dijo ella con esfuerzo.

—En un momento, señorita, en un momento lo traemos.

Habiendo perdido todas sus energías, siendo las palabras de la doctora lo último que ella escuchó, Mercedes cayó desmayada, confiando en que en el momento en que despertara, ella iba a estar bien con su hijo,

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