INJUSTICIA

Mansión de los Rocha, siendo la más grande, la más poderosa de toda la ciudad, y una de las familias que mantenía a la compañía más grande de joyas, no había nada que le faltara, todo el mundo parecía estar a sus pies. ¿Y cómo no estarlo si había una razón poderosa para pensar en la madre de los Rocha como la mujer más despiadada?

—Hola mamá, ya llegué —gritaron casi desde la entrada.

En ese momento Emilia, una mujer de cincuenta años pero muy hermosa para su edad, una edad que no aparentaba, dejó caer el libro de la compañía en el centro al escuchar a su hijo más pequeño entrar. 

—Ven, mi amor, dale un beso a tu madre —y sin más, Julio se acercó a ella para darle un beso en la mejilla —. ¿Cómo te fue en la escuela, mi amor?

—Bien, bien, mamá, pronto te van a entregar las calificaciones, espero que me lleves de viaje cuando veas mis calificaciones.

— ¿A dónde quiere ir mi hijo consentido?

—No lo sé, yo creo que a Francia, me encanta Francia.  

—Dime algo, hijo, ¿es cierto que ya no piensas en esa niña tonta, la que no te hacía caso?

Julio desvió la mirada. —No, mamá, ya no pienso en esa niña.

—Es que no puedo creer que una estúpida muerta de hambre no le haya hecho caso a mi hijo más precioso. Como sea, mi amor, no te preocupes por nada, aquí está tu madre y mejores chicas están por venir.

En ese momento, mientras Emilia hablaba y acariciaba el rostro de su hijo más pequeño, por detrás, sin que ninguno lo notara, un hombre de no más de 24 años y que se movía en una silla eléctrica, siempre tan apuesto como en el pasado, más que su hermano Julio, siempre vestido con los mejores trajes, el cabello negro bien peinado, la piel bronceada y perfecta y aunque no había logrado hacer ejercicio en tanto tiempo, su cuerpo parecía mantenerse en forma gracias a los demás cuidados que tenía pero eso no quitaba el gesto pesado y la manera tan despiadada de ser desde aquel accidente que sufrió.

— ¿Ya terminaste, Emilia, de mimar a Julio? ¡Por Dios, ya no es un niño! —Gritó Willy acercándose en su silla eléctrica.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que él le había llamado madre. Siempre la llamaba por su nombre.

Julio se levantó de su regazo. —Ya me voy, madre, ya llegó el amargado de tu hijo —dijo Julio tomando su mochila.

— ¡Amargado pero no mimado! —Gritó Willy antes de que su hermano se fuera.

— ¡Al menos camino, no como tú!

— ¡Imbécil!

—Por favor, Willy, deja a tu hermano en paz —se levantó Emilia.

—Tú siempre defendiendo a ese niño, mejor dime, ¿ya tienes escritas las notas en los diseños de las joyas que se quieren hacer? —Preguntó Willy.

Emilia no pudo evitar ver a su hijo con un poco de desprecio. No entendía por qué siempre iba a ser de esa manera, ¿por qué el invalido de Willy eran quien tenía que hacerse cargo de todo cuando claramente lo podía hacer Julio cuando terminara sus estudios?

—Aquí está —dijo ella, extendiéndole el folder.

—Gracias, Emilia, lo voy a revisar. Con permiso —, y sin más, Willy siguió su camino manejando la silla eléctrica.

  UNA SEMANA DESPUÉS      

                  — ¿Estamos todos de acuerdo en que esa será la manera de trabajar de la empresa de ahora en adelante? —Preguntó Willy, hablando al frente de todos los hombres de negocios que habían invertido en esa compañía donde las joyas más perfectas podían se diseñadas.

Todos los hombres se quedaron en total silencio, la verdad es que sabían que al final del día se iba a terminar de hacer lo que los Rocha querían.

— ¡Sí, señor Rocha, estamos de acuerdo! —Dijo uno de los hombres más viejos —. Pero así como también estamos de acuerdo, no gustaría que por un momento nos escuchara.

El hombre de la silla eléctrica solo se dignó a mirar a los hombres, esperando porque hablará. Willy se había hecho un hombre de poca paciencia desde el accidente que sufrió y que lo dejó inválido.

— ¡Hable ya! —Willy chasqueó los dedos de mala gana siendo visto por su madre, quien conocía el mal humor de su hijo.    

—El asunto con la empresa era muy claro para el momento en que murió, su padre, ¿no es así?

—La verdad es que no sé de qué habla y si no va al grano, me temo que estamos perdiendo el tiempo aquí.

—Me refiero a su familia, al heredero que tiene que haber antes de que la empresa sea tomada por alguien más.

Y justo en ese momento Emilia levantó la mirada. Había una sola razón por la que ella no quería que Willy se convirtiera en el CEO de aquella empresa y quizá, ese secreto la llevaría a ser expulsada de aquel palacio, en cambio si su hijo Julio era quien se quedaba con el puesto, Emilia iba a poder manejarlo a su antojo.       

—Su padre, el señor William Rocha fue muy claro antes de morir que para que usted tomara el cargo por completo, tenía que haber nacido un descendiente, solo falta un año para que se cumpla la edad que él estipuló, usted tendría que tener 25 años para ese momento y la verdad es que-

— ¡¿No se ha dado cuenta que estoy en una m*****a silla de ruedas, no se da cuenta que incluso si me caso ahora, no puedo estar con ninguna mujer y engendrar ese niño que piden?! —Willy levantó la voz molesto pues siempre el mundo tenía que recordarle lo desgraciada que era su vida.

—Creemos que hay muchos métodos para que usted engendre un hijo.

—Por mí váyanse al diablo con todo y sus métodos —. Y sin decir nada más, Willy salió de la sala de juntas dejando a todos con cara de sorpresa. 

Emilia sonrió al ver a su hijo irse de esa manera. Lo que nadie sabía es que Emilia tenía un maldito plan para sacar a su hijo mayor del camino.

            Fastidiado por lo que le habían dicho en la reunión, Willy entró en su oficina seguido de su hombre de confianza. Renato.

— ¿Qué fue lo que pasó ahora, Willy?

— ¡Nada, solo que los imbéciles de los inversionistas me están presionando para tener un hijo! ¿No se dan cuenta los estúpidos que estoy en una m*****a silla de ruedas?

Renato se quedó ahí, sin poder decir nada pues conocía que si Willy había cambiado a ser tan amargado, era por ese mismo accidente que le había quitado mucho.

           

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