LA LISTA SECRETA

LA LISTA SECRETA

El día amaneció como otro cualquiera, de no ser porque el teléfono sonó con fuerza y se le anunció a Wallis la visita de un importante hombre de negocios americano, que deseaba conversar con ella. No tardó en llegar en un carro tirado por un chino que desapareció enseguida de la vista de Wallis, dejando a su pasajero ante la puerta metálica de su portal. El corpulento varón subió pesadamente los escalones y llamó con dos golpes, tal y como estaba convenido, a la puerta de la vivienda de Wallis. Esta apareció elegantemente vestida, peinada con raya al medio y sus pequeños y artificiales bucles, adornándole el rostro blanco y delineado por un suave maquillaje.

-Llega puntual señor…

-Hein…Melton Hein, señora Warfield…¿puedo pasar?-le sonrió antes de hacer ademán de penetrar en el amplio salón.

-Por favor señor Hein, entre, no se quede ahí afuera. Estoy preparando café, creo que como a mí no le gustará el té…los americanos amamos el café.

-Desde luego señora Warfield, nada como un café, para despertar la sensación de hallarse uno en casa…el té es algo demasiado sofisticado, y creo que anclado en al pasado…

-Bueno, yo lo tomo de vez en cuando, pero adoro el café siéntese se lo ruego. Deberíamos considerarnos amigos, tan solo por pertenecer a la misma nación…tenemos intereses comunes debo suponer, señor Hein…

-Así es, se me ha dicho que usted especula con la posibilidad de conformar un grupo, en el que se integrarían comerciantes y empresarios seleccionados previamente por sus ideologías, y por sus proyectos afines…pero ignoro si reúno tales requerimientos y si podría ser uno de estos.

-Sentémonos y hablemos señor Hein. En primer lugar deseo saber hasta qué punto está usted dispuesto a triunfar en los negocios y que riesgos está dispuesto a correr. Como ya supondrá, sin riesgo no hay beneficio. Nuestro común anfitrión desea crear como bien ha expuesto usted, un grupo de poder económico, capaz de responder a las exigencias que requerirían los proyectos de elevar a China, a la cumbre militar en Asia. Usted posee un holding empresarial que produce automóviles en serie y es un innovador…¿podría transformar sus naves en una industria que produjese armas?, ¿quizás aviones? –Wallis deseaba avanzar tan rápidamente en sus logros, que no se percataba de que asustaba a quién tenían delante.

-Bueno…aviones, hablamos de un producto tecnológicamente complicado de fabricar y muy caro…los motores, sí se podrían fabricar en serie, pero en un número muy reducido.

-Se le facilitarían los medios precisos para levantar naves en las afueras de Pekín para tal propósito, y se le dotaría de protección para su absoluta tranquilidad.

-No querría eso sí, tener que traicionar a mi país señora Warfield.

-¡Por favor! , ¿quién ha hablado de traición? Esa es una palabra muy fea, señor Hei,. se trata de negocios, simple y llanamente. Piénselo y me responde en un plazo de digamos… ¿dos días?.

Melton Hein quedó consternado y pensativo, asintió y Wallis acercó sus labios a los de él, para tratar de calmarlo y que abandonase sus pensamientos negativos. Los brazos del enorme Melton, rodearon a Wallis y esta se sintió dentro de una fortaleza que anheló conquistar. Los miedos de él, se disiparon y sus instintos ocuparon su lugar. Los cuerpos de los ocasionales amantes se enzarzaron en una lucha sin cuartel, para entre jadeos, dejar que su sudor se entremezclase, convirtiéndose en uno, bajo los tímidos rayos de sol que penetraban por el ventanal bañándoles con su calor.

Wallis se concentró en la misión que s ele había encomendado y cuando Melton Hein abandonó el apartamento, recompuso su imagen hasta que esta quedó perfecta e inmaculada. Se recriminó el haberse precipitado, y esperó a que sus artes amatorias hubiesen compensado la imprudencia cometida, a la hora de  aptar aquel empresario. Ensayó mirándose ante el espejo, gesticulando para perfeccionar sus expresiones y la manera de mover sus brazos, manos y piernas. Posó varias veces, torciendo el gesto con desagrado, hasta que consiguió moverse como deseaba, sin brusquedad, seductora, y elegante. Lo que menos deseaba era moverse y actuar como una vulgar prostituta. El teléfono sonó y dejo que lo hiciese varias veces, antes de enfrentarse a Sun yat Sen, que sin duda le iba a regañar por su acelerada actuación, asustando al primero de sus posibles benefactores.

Al otro lado la voz profunda de Suan Yat sen le llegó clara y con ella una felicitación por haber conseguido que Melton Hein accediese a formar parte del incipiente grupo económico que se estaba conformando en Pekín. Le anunció que Herman y Katherine Rogerts junto a Robert Ley le apoyarían en su misión organizando las áreas que serían precisas crear a la hora de estructurar la industria que produciría las armas y aviones necesarios para que Sun Yat Sen se convirtiera en el señor de Asia. Se programó una reunión para dos días más tarde en la casa de los Rogers a la que acudiría el propio Sun Yat Sen. Aquella tarde llegaría alguien especial a quien debería prestar toda su atención pues era un hombre poderoso no por poseer dinero o industrias, sino poder político en su país de origen. Le sugirió que usara el vestuario que le enviaría de inmediato en el transcurso de un par de horas para estar presentable a la vista del ilustre visitante. Nada debía interferir entre ellos y de ella iba a depender la futura relación entre China y la nación a que representaba, con la posibilidad de que quién apoyaba a aquel enviado se sumase a la alianza de poder que emergía en China.

         Wallis esperaba impaciente a que llegue el enviado de Sun y cuando esto sucedió el militar encargado de entregarle el paquete envuelto en rudo papel gris, se retiró inclinándose y cerrando tras de sí la puerta del apartamento. Un largo vestido negro, caía hasta llegar al suelo de la mano de Wallis, unos zapatos de alto tacón y un collar de diamantes pequeños, casi diminutos, rodeaba el cuello de cisne de esta mujer que comenzaba su andadura como espía en el oriente extremo. Compuso una imagen de mujer capaz de charlar con un empresario y seducirlo a un tiempo, sin despertar las sospechas de este, de que estuviese siendo manipulado. Salió del apartamento tan solo para introducirse en el auto negro que la trasladaría al centro de Pekín, donde la embajada en que los Rogers trabajaban a favor de su país, y desde donde conspiraban para acercarse a un partido, que nacía con fuerza en la Alemania que surgía de las cenizas de la Gran Guerra. Las duras condiciones impuestas por los aliados vencedores, y la caída en picado de la economía, así como el paro descomunal que irritaba a la sociedad germana, eran el caldo de cultivo para que una raza de terribles gobernantes al más puro estilo militar de la era de los imperios ancestrales.

          

El edificio disponía de unas increíbles vistas sobre la ciudad Prohibida, alzado como estaba sobre la colina artificial que la resguardaba del frío viento del norte. Un cordón militar de seguridad rodeaba la casa de tres plantas y en la segunda de estas se acomodaban los Rogers, Wallis y un Robert Ley, con camisa marrón y americana del mismo color, junto al cual se sentaba Un varón de aspecto noble y recio, enjuto y de rostro afilado, y frente a él un aun más joven germano, que evidenciaba su nerviosismo, moviendo la pierna derecha constantemente, peinado a raya, y de pelo intensamente rubio. La juventud de estos dos hombres extrañó sobremanera a Wallis.

-Dama…caballeros…-abrió la reunión Sun Yat sen-este es un instante histórico en el que escribiremos en sus páginas, con tinta derramada por plumas de guerra, que hablarán de los presentes por los siglos a quienes nos admirarán…seré breve, en las presentaciones. Con nosotros se halla la señora Wallis, que será el nexo de unión entre los que formemos este grupo de poder, en el que ella misma ha intervenido, con gran éxito, debo decir…A su lado Robert Ley, representante del pueblo alemán, y siguiendo a su izquierda, el joven Gian Galeazzo Ciano, hijo del conde de Cortelazzo. No debemos olvidar a Joachim Von Ribbentrop, que viene recomendado por los Rogers y por el joven conde Ciano…Los aquí presentes, deberemos crear el entramado que dará como resultado una vía, que permitirá situar a quienes asistimos en la cumbre de nuestros respectivos países. Tenemos el apoyo de diecisiete empresarios, que construirán en los suburbios de Beijing, la industria de la que participaremos todos para acceder al poder. Pero quiero que se Herman Rogers quién les explique más detalladamente.

Herman Rogers se puso en pie y miró en torno suyo antes de iniciar su discurso, breve, certero y lleno de matices. Fue solicitando de los pertenecientes a aquel grupo, que abriesen las carpetas que tenían ante sí marcadas con un símbolo chino, un león cuya boca amenazaba tragarse a los malos espíritus. Inmediatamente aparecieron las fotografías de los empresarios que colaboraban y de los agentes de distintos partidos políticos que colaboraban en sus naciones respectivas. Wallis los hojeó con cierta displicencia y fingió interesarse por uno o dos de ellos. El joven italiano y el germano apenas comprendían nada de lo que acaecía en aquella casa. Ellos creían que solo el impetuoso cruce de las armas lograría el triunfo definitivo. Eran demasiado jóvenes, y solo se hallaban allí por explícita solicitud de sus augustos padres, que eran en realidad quienes movían sus hilos…de momento. Solo la historia contradeciría a los que les despreciaban en aquel instante por causa de su juventud.

Cuando hubieron concluido de asimilar los datos aportados por Sun Yat Sen, cerraron las carpetas y el gobernante chino las incineró en uno de los hornos que calentaban la estancia. Palmeó con sus manos y las puertas se abrieron de nuevo para dejar paso a una hilera de varones y mujeres, que se sentaron unos frente a otros llenando los huecos de la gran mesa central. Eran los empresarios que colaboraban en persona. No se admitían a secretarios, ni representantes de clase alguna. Ahora daba comienzo la verdadera reunión en torno al poder que emergería como un submarino armado con el dinero y las armas precisas que dominarían el mundo occidental y gran parte del oriental.

Wallis observó que tan solo otras dos mujeres se hallaban en la mesa. Una china de larga melena negra como ala de cuervo y ojos intensos y crueles, y una pelirroja de cabellos muy cortos y ojos verdes y escrutadores, que sin duda provenía del norte de Europa. Sus nervios de acero, bien templados y controlados por la emoción de sentirse, parte integrante del grupo secreto, montado por Sun Yat sen, jugaron a su favor. A lo largo de dos eternas horas, se habló y discutió de los pormenores de cómo llevar a cabo los planes del ministro chino. Se firmaron acuerdos que comprometieron a los presentes a una mutua ayuda en caso de necesidad. La noche cayó como un manto protector que llegó para esconder a quienes procedentes de los confines del mundo, salían en sus autos en direcciones opuestas. Como ramificaciones delgadas y luminosas desaparecieron para siempre.

La historia ya no recordaría jamás aquella reunión, y su devenir demostraría una vez más que su curso no lo elige nadie, a pesar de resultar ser el más poderoso, el que  cree poder llevarlo a cabo. En los alrededores de la Ciudad de Pekín, una revolución daba comienzo y el gobierno de Sun Yat Sen, caía solo para levantarse como parte de otro que no obtendría el poder preciso para conducir a China a su cumbre. China no vería los resultados de la reunión que acababa de hundirse en la oscuridad como una piedra de molino arrojada al fondo del mar. Wallis pasaría los siguientes días pensando en cual sería su destino, tras los convulsos acontecimientos de aquella noche. Pero dos hombres habían aparecido en su vida a pesar de no ser consciente de ello aun. 1924 estaba siendo el año en que había  aparecido un punto de inflexión. El año que venía como una promesa de tiempos mejores, que le aportaría a Wallis todo aquello que precisaría para desenvolverse en un medio hostil y duro para las mujeres de su tiempo, y que sin embargo le abriría a ella las puertas de los más secretos clubes masculinos de la rancia Inglaterra y de la progresista Francia que no lo era tanto como su propaganda predicaba…

Los poderes políticos estaban en franco cambio y Wallis advertida de tales convulsiones, decidió seguir los pasos que le marcaban los Rogers, que poseían una cómoda casa en Sanghai, donde se instalaría convirtiéndola en su base de operaciones. La gran ciudad cuyo puerto resultaba ser un atestado lugar de atraque de juncos y shampanes, hervía como un hormiguero humano, en el que todo era asequible, así como comprable y vendible…la casa de Herman Rogers, se ubicaba en el centro comercial de la ciudad, que amenazaba con crecer y hacerle sombra a la potente Beijing. El era secretario de la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica, y como tal se hallaba fuera de los parámetros que oprimían al resto de los mortales. La valija diplomática permitía a Wallis acceder a productos prohibidos para otros y adquirir así mismo otros de su interés.

Aquel día le iba a deparar una sucesión de agradables sorpresas a Wallis. La alcoba en que dormía era una cama con dosel de seda color melocotón y la suave brisa que penetraba por el amplio ventanal la bandeaba, como si la sacudiera suavemente a fin de despertarla. Wallis se desperezó y cubriéndose los ojos con la mano miró hacia afuera. El día soleado aunque algo gris a causa de las nubes que no terminaban de huir de Sanghai, le ofrecía una vez más la posibilidad de realizarse para convertirse en quien deseaba ser desde tantos años atrás. Una sirvienta china llamó con dos golpes suaves y tras obtener permiso de ella, entró con un carrito sobre el que descansaban varias bandejas con un copioso desayuno. Wallis hizo caso omiso a tal tentación y picoteó de algunos platos frutas y algo d café mientras oteaba el horizonte, y escrutaba las inmediaciones, como era su costumbre.

Abajo un flamante Rolls Royce, un Phamtom I brillaba como una joya al sol desafiando el esplendor de la mansión misma. Tiró del cordón y una amable, casi servil criada, acudió de inmediato para inclinarse ante su persona y recibir sus órdenes.

-Ese automóvil de ahí abajo, ¿de quién es?, ignoraba que hubiera llegado personaje alguno de tal relevancia…

-¡Oh no, señora!, es suyo, lo trajo a primera hora un miembro de la embajada norteamericana. Dejó esta nota señora-hizo ademán de entregársela en una bandeja de plata.

Wallis leyó la escueta nota y sonrió de oreja a oreja satisfecha de sí misma. Bajó los escalones con deliberada lentitud, a fin de no exteriorizar sus sentimientos de euforia y orgullo, y un chófer ataviado al estilo occidental, le abrió la portezuela trasera para que entrase. Ella lo miró con ojos llenos de desagrado, que el empleado no supo comprender y abrió la que le permitía situarse en el asiento del conductor. Ante ella un mundo nuevo se le rindió como si estuviera deseando que lo gobernase. Cuando se bajó le pidió muy amablemente al conductor que ocupase el lugar que ella abandonaba y se sentó a su lado de copiloto. El chófer poco acostumbrado a tales comportamientos se sintió incómodo pero lo disimuló bien. El auto recorrió varios kilómetros ronroneando como un gato y cuando este frenó por deseo explícito de Wallis, una calma intensa la invadió. Cerró los ojos y sintió dentro de sí el sabor del poder que empezaba a disfrutar por medio de aquellos pequeños detalles.

Desde aquel día el automóvil se convirtió en algo imprescindible para la mujer que se metamorfoseaba en medio del oriente extremo. Una larva gris y anodina, se convertía por instantes en una mariposa de guerra, que sobrevolaría el mundo de los hombres, manipulándolo. Instalada en las habitaciones superiores de la casa privada de Herman y Katherine Rogers, se ocupó de seguir las instrucciones de sus maestros en espionaje internacional de la KGB y del partido nazi.

Vladimir Yaroskov, la citó en el parque central donde ambos charlaban como viejos amigos, sin despertar las sospechas de nadie que pudiese interceptar sus conversaciones, nada convencionales por cierto.

-La Unión Soviética precisa de agentes especializados como usted señora Wallis-utilizó su nombre de pila, para no ceder a las consideraciones capitalistas de usar el apellido de su marido, como pertenencia a tal varón.-se avecinan tiempos de crisis política y militar quizás y sería de gran valor para mis camaradas ,saber que disponen de su aquiescencia para llevar a cabo sus misiones en este campo oriental.

-Es un halago camarada Yaroskov-le respondió usando el apellido como era costumbre entre los rusos-de poder, utilizaré mis conocimientos y aptitudes en pro de su causa…siempre y cuando el precio sea adecuado a la misión, claro está.

-Doy por supuesto tal detalle señora Wallis, lo primero que precisaremos es saber la capacidad industrial de nuestro enemigo potencial, de momento.

-Está bien, dígame qué es lo que desea y veré de complacerle…

-En primer lugar estaría bien que convenciera a ciertos magnates de la industria militar norteamericana, para que invirtieran en nuestra nación sin que sus nombres, naturalmente, estuvieran comprometidos en momento alguno ni figurasen por escrito en parte ninguna…

-No es nada imposible camarada…-resaltó el apelativo-venga a verme dentro de una semana y traiga consigo…

-Claro, claro, lo traeré y será según sea su información señora Wallis. La KGB nunca decepciona.

Ambos se despidieron como si fuesen viejos amigos y Yaroskov le besó la mano al más puro estilo occidental, para que nadie sospechase de su identidad. Ataviado como iba con traje azul  oscuro y corbata rojo sangre, semejaba ser un inglés, a no ser que quien le observase siguiese sus pasos y tuviera en cuenta sus andares vulgares y sus modales, muy lejos de los de un gentelman. Las frondosas ramas de las arboledas que ascendían como guardianes de secretos inconfesables, producían un sonido agradable y singular a oídos de Wallis. Era su primer “encargo” y la adrenalina invadía todo su ser a pesar de controlar sus nervios de acero, como pocos hombres lograrían. El automóvil que había aprendido a conducir, le llevó de vuelta a la casa de los Rogers, y allí trazó las líneas maestras de su actuación, a la hora de elegir a los candidatos y el qué decirles. Se miró y remiró en el espejo oblongo de su habitación y lo situó de manera que le devolviese una imagen de sí misma, adecuada a sus deseos. Hasta los espejos debían obedecer sus caprichos. Estos eran prácticos, y nunca, nunca, por coquetería o superficialidades, los subordinaba a nada que no fuese sus objetivos personales. En el papel de su escritorio, con letra impecable y claramente inglesa, anotó cada nombre en clave que solo ella comprendería dándoles los nombres de personajes acordes a sus facciones, tal y como ella los veía. Introdujo el papel perfectamente doblado en un sobre blanco y lo dejó en el cajón derecho de su escritorio cerrándolo con la llave que se colgó del cuello. Llamó al primero de los considerados dignos de verse con ella, y que poseía una ingente cantidad de fábricas en el estado de Oklahoma, en el centro sur de los Estados Unidos. Básicamente producía maquinaria agrícola, pero eso se podía cambiar, y de momento incluso le venía bien que fuera de esta manera y no de otra. Su nombre sonaba extraño a sus oídos, a pesar de ser de su mismo país, Son Hangthom. Era un avejentado varón que sin embargo, tan solo tenía la cincuentena, y que evidenciaba un exagerado gusto por la comida en su físico nada cuidado. La voz le sonó agradable, como la de un hombre acostumbrado a tener negocios sencillos y a estrechar manos para cerrar contratos. No le supondría un problema captarlo para su incipiente grupo económico-político.

Son Hangthom se presentó tres días después de la llamada, pues por suerte para Wallis se encontraba en Pekín haciendo negocios con el gobierno de Sun Yat Sen  al que sin el saberlo, le quedaba ya poco para desaparecer de la escena política. El viaje a Sanghai le resultó incómodo y tedioso, pero al llegar se sorprendió de ver que era una mujer y no un varón quien iba a negociar con él.  Poco a poco Wallis fue quebrando sus prejuicios y este entendió que supondría para él una inversión alzar una planta industrial en territorio ruso, a fin de fabricar algo que no había considerado hasta entonces, cañones. Su proyecto incluiría a otros industriales previamente seleccionados por ella misma y juntos crearían el holding que proveería de armas de nueva generación a la Rusia comunista.

Son era de convicciones sencillas y principios inquebrantables, por lo que le resultó fácil a Wallis apelar a su sentido práctico y patriótico, al indicarle que apoyaba de este modo a su país al armar al enemigo de unas potencias, que amenazaban subir al escenario político-militar, interrumpiendo los negocios en oriente extremo. El tráfico de mercancías en aquella parte del mundo, suponía las dos terceras partes de la riqueza occidental, y llegaban a sus puertos a bordo de barcos de vapor que surcaban el mar amarillo y el mar de Japón sin estorbo. Son aceptó, previo contrato firmado por el secretario de la embajada norteamericana, que le aseguraba que las condiciones eran las aceptables para un patriota. Herman Rogers firmó encantado y cuando Son se marchó, lo celebraron con una botella de champán francés de alto precio.

Los candidatos no presentaban problemas insalvables a Wallis y esta comenzaba a pensar que no sería descabellado alcanzar metas menos prosaicas y mayores en niveles de mayor riesgo. Y como una expresión escuchada por poderes superiores, El para ella siempre desagradable Robert Ley, llegó a su domicilio de Sanghai con aires de suficiencia y una cínica sonrisa en su rostro afilado y ceniciento. Wallis  no obstante lo recibió con la faz iluminada por una media sonrisa y escuchó sus elucubraciones con sumo interés. Allí  se encontraba quién podría situarle en los estratos sociales de mayor relevancia. Este le habló del naciente partido nazi que ascendería al poder en breve, de salirle los planes a Hitler como él había diseñado para la Gran Alemania. Traía consigo proposiciones muy interesantes y le acompañaba un joven conde Ciano, capaz de turbarle los sentidos a aquella fría mujer. Galeazzo era un apuesto fascista que había tomado parte ya en la marcha sobre Roma en 1922, y que estaba plenamente convencido de sus sentimientos patrióticos y de partido. Cuando sonreía ella miraba a otro lado, era el único que conseguía sacarle de su medida e inexpresiva posición ante los hombres.

Los días que siguieron a su reaparición, Wallis pareció olvidarse de sus misiones y encargos, y pasó a engrosar en apariencia, las filas de sus conquistas femeninas. Pero Wallis comprendió que su atracción debería concluir cuando este se fuese a Alemania, donde contactaría con el partido nazi. Entretanto decidió divertirse un poco con aquel joven varón, carente de experiencia en las artes amatorias a pesar de haber estado con numerosas mujeres. El juego del gato y el ratón le excitaba y poseer a quién creía poseerla era un reto demasiado grande para rechazarlo. Wallis se dispuso a entablar combate en el campo sexual y amoroso.

La noche caía sobre China, y Galeazzo y Wallis se hallaban sobre las sábanas blancas de la alcoba de ella, desnudos, y abrazados como dos colegiales. Wallis puso en práctica los conocimientos adquiridos en la casa de la señora Wung por primera vez, y vio los extraordinarios resultados. Galeazzo se enganchó a su marcada personalidad y a sus juegos nocturnos, con una pasión que hacía peligrar incluso sus más fervientes anhelos. Su cuerpo se pegaba al de ella y su sudor se entremezclaba con el de ella, en una sola fragancia, que impregnaba la estancia enteramente. Los suaves jadeos de Wallis acompasando las caderas con estos, le transportaban a un mundo de sensaciones desconocidas, en el que él no era el protagonista. Pero al terminar su lucha entre las sábanas de Wallis, sentía que la vida merecía la pena.

Galeazzo, se zambulló sin pensárselo dos veces en aquel mundo que le ofrecía Wallis y comenzó a depender de ella, como si jamás hubiera conocido hembra. Era el efecto que Wallis causaba en los hombres que ella dejaba la conocieran. Las noches eran posesión de Galeazzo, o al menos eso pensaba él…Wallis tenía la mente puesta en otros asuntos de mayor importancia en aquellos instantes, en que su vida comenzaba a dar un vuelco, y sus pies ascendían por los escalones de los estratos sociales, intentando asentarse en el más alto que pudiese llegar a sentir bajo sus pies. Robert Ley era inflexible cuando deseaba ver cumplidos sus objetivos y en esta ocasión estaba dispuesto a hacerle sentir a Wallis su poder omnímodo de manera patente. No le agradaba que Galeazzo, acaparase la cama de aquella especie de hembra, que poseía la mente de quien con ella se acostaba. Decidió hablar con el joven “condesito” y alejarle rápidamente del lado de Wallis.

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