LOS DOS AÑOS CHINOS

CAPITULO V

LOS DOS AÑOS CHINOS

El largo trayecto hubo de ser interrumpido en dos ocasiones para repostar en explanadas, tan áridas que el viento traía arena en oleadas, que pasaban por encima del aeroplano. Este temblaba como una niña desvalida y Wallis temió en más de una ocasión que les dejase tirados, en medio de la nada, pero aquel avión de tecnología germana, respondió como más tarde harían sus sucesores con la potencia y resistencia de quien fabrica las cosas a conciencia. Apretados en la cabina, hecha para dos personas en condiciones ciertamente precarias, vieron pasar debajo de sus ojos la inmensidad de una nación, que se extendía como una sábana que se desenrollase agrandando sus dominios sin fin…

En un aeródromo a las afueras de la capital china, el G-3 descendió aterrizando suavemente en la hierba y poco a poco su hélice fue quedándose quieta, como en un tácito deseo de colaborar, en el silencio que resultaba tan deseado para sus dos ocupantes. En la lejanía bajo la protección de una espesa arboleda, dos figuras echaron a correr en su dirección completamente ocultos por gabanes, que impedían que se les identificase. Al llegar a la altura de Wallis y Robert, se despojaron de las capuchas y dejaron ver sus afables rostros, sonriendo a la vez que extendían sus manos, evitando saludos demasiado reconocibles, en aquellas tierras donde los espías de todas las naciones occidentales campaban a sus anchas.

-Os esperábamos algo más pronto, ya creíamos que os habían interceptado. Las luchas intestinas entre Chen y Sun han concluido con la marcha a la clandestinidad de Chen, pero sus partidarios aun andan por las calles vociferando y gritando, con lo que la calma está lejos de llegar. Sun Yat-Sen gobierna en Pekín precariamente, por lo que será mejor que nos recojamos pronto en casa para no atraer la atención sobre un grupo como el nuestro. Somos occidentales y llamamos mucho la atención de los nativos. Tenemos un automóvil aparcado entre los árboles, vamos antes de que descubran el aparato. Lo cubriremos con ramas y más tarde unos compañeros se lo llevarán de vuelta a HonGkong.

Un Austin Seven vulgarmente conocido como Chummy, descansaba inclinado sobre un leve terraplén, bajo las frondosas ramas bajas de un roble que señalaba el límite de la cuneta. Los cuatro se introdujeron en este, y el auto arrancó suave como la seda. Durante el largo trayecto, Herman Rogers les fue poniendo al día sobre la cambiante política china, desde que hacía apenas una semana expulsasen al emperador Xuanngdong más conocido en Europa como Pu-Yi, del palacio de la ciudad prohibida. Era el momento de caos reinante, el que deberían aprovechar para llevar a cabo sus contactos y entretejer la red, que les permitiría moverse libremente antes de que China firmase, como era de suponer, un tratado de autodefensa  con la ya reconocida por Gran Bretaña, como URRSS. Robert Ley era plenamente consciente de que en un futuro no muy lejano, su amada Alemania se tendría que enfrentar más pronto que tarde con el gigante ruso.

La casa de los Rogers era de dos plantas y se situaba al lado de un arroyo que rodeaba la finca. No resultaba ostentosa, pero sí cómoda, y enseguida se instalaron en las habitaciones previamente dispuestas por Katherine Rogers para Wallis, ya que Robert debía partir de inmediato para Berlín. Antes de partir le advirtió muy seriamente, sobre las conversaciones que podría tener con otros agentes que no resultasen ser de su bando, y muy especialmente con Vladimir Yaroskov, que era un sagaz interrogador. Desconfiaba de su alianza con este y dadas las circunstancias actuales era mejor mantener la prudencia como norma prioritaria.

Katherine y Wallis enseguida se hicieron amigas, pues tenían muchas cosas en común. Ambas eran mujeres con marcada personalidad y el orden las caracterizaba en cada cosa que tenían entre manos. La política fue a menudo su distracción y Wallis fue entendiendo los sucesos que acaecían en Europa y las razones que movían a Alemania a la revancha contra un tratado de Versalles denigrante para la nación germana. Katherine le regaló algunas alhajas que apenas utilizaba y a Wallis, le parecieron un auténtico tesoro, que guardaría primorosamente hasta el día de su muerte como prenda de amistad perdurable entre ambas.

-Instálese a su gusto señora Warfield, tendremos que pasar mucho tiempo en esta casa como base así que será mejor estar cómodas, ¿no cree?.

-Bueno…es una casa bien preparada, yo diría que incluso lujosa, nos gusta el mismo estilo de decoración, lo cual no es muy usual entre mujeres, -rió abiertamente por primera vez desde que llegase a China Wallis-. La habitación de la americana se situaba en la planta superior, y allí una ventana se abría al exterior mirando al sur, con una vista impresionante de la gran ciudad de Pekín, que semejaba ser inacabable, pues abarcaba todo lo que la vista era capaz de captar a lo lejos donde el horizonte mismo se unía a la tierra en una línea cortada como los picos de una sierra contra los edificios.

Londres 31 de Agosto de 1997, palacio de Buckingham

La reina Elizabeth II paseaba acompañada del premier británico con el gesto serio, ensombrecido, y escuchando las palabras que evidencian la suma preocupación del primer ministro en las actuales circunstancias, de crisis profunda para la monarquía inglesa, la princesa de Gales siempre considerada como tal, a pesar de ya no serlo oficialmente, acababa de morir en un accidente en el puente del alma en París. Nada hacía presagiar que la calma reinase en un momento tan crudo, y los ataques a la Corona se sucederían, como una cadena que podría arrastrarla a su final, sin que nada o nadie puediera evitarlo, si no se sabía tratar el asunto Diana, como algo tan sumamente delicado, que el pueblo quedase satisfecho, sin que deteriorase de manera determinante a la Corona. Para mayor complicación, el hijo del potentado árabe Mohamed Al Fayed, había muerto junto a ella, algo deseable, pero difícil de esconder y más aun de justificar, pues ahora el mundo entero se envolvería en las especulaciones tales, como que los servicios secretos de Su majestad Británica han sido los encargados de tal “trabajo” para la reina y el gobierno británico.

La reina se paró en seco y lo miró escrutando en los ojos de su primer ministro, para ver su reacción, intentando ver su opinión más allá de lo puramente oficial, en busca de lo oficioso. Su mano tembló aferrando a la otra tras su espalda, trataba de que no se percibiera su miedo a lo que se le venía cima,  sabía que su popularidad, que no se hallaba en el punto culminante de su reinado, caería hasta puntos insospechados. Habría de tener un tacto increíble y no mostrar sus verdaderos sentimientos, que deberían coincidir por el contrario con los de su pueblo, furioso e irritado, por la desaparición de su icono más amado.

En las puertas enrejadas del palacio, se amontonaban ya cientos de ramos de flores y letreros y cartas, dedicadas a la princesa Diana. Miles de personas esperaban una reacción de la reina y esta preparaba varias opciones, para tratar de que nada, sumiera al reino en un caos peligroso a causa de una furia, que se podría desatar si ella no hacía lo que como reina y no como mujer, y ex suegra, desearía hacer.

Una reina ataviada enteramente de negro, con un collar de perlas que contrastan con este, salió en la televisión demasiado tarde para lo esperado…la reina madre la consoló cuando todo terminó y le convenciera de que en estas ocasiones nada sale como debe, recordando lo que sucediese muchos años antes, con otra mujer de mayor prestancia y personalidad, que logró mantener en jaque a la Corona, durante toda la vida, tanto de ella como de su esposo el ex rey Eduardo VIII. Como mujer de estado que era desde hacía tantos años, bajo el peso de la corona inglesa, sabría sacar partido al legado carnal de lady Diana Spencer. Sus hijos le serían de gran ayuda a la hora de limpiar su deteriorada imagen y le aportarían la frescura y el apoyo, de quienes irían perdiendo la memoria al paso de los años. El Sunday Times, sacaría en portada unos meses más tarde, por consejo de su redactor, y del secretario de la casa real, la imagen de William y Harry junto a la reina, como si ello supusiese el perdón de los herederos del pesado legado de lady Diana.  Su padre aparecerá junto a ellos, que es su padre, a  pesar de que la masa crea es su enemigo, por traicionar a su madre, al casar con otra mujer, para cohesionar a la familia real inglesa, que precisaba de tales efectos subliminales, a la hora de mantener su corona sobre las sienes del sucesor de la reina Elizabeth II

Robert Ley había dejado en manos de los Rogers sus asuntos y la casa era frecuentada por hombres de negocios, que desean contactar con los que se sabe serán los amos de Alemania en breve. Los acontecimientos no dejaban lugar a dudas para los analistas más avezados y quienes se percataban de esto, acudían a los contactos que se les proporcionaban. Por su parte Herman le ha pedido a Wallis que se pusiera sus mejores galas iban a visitar a un personaje que jamás olvidaría en el mismísimo palacio imperial, al ex emperador Pu Yi. Esa misma tarde el Austin Seven, salió con ellos dos  a bordo, con rumbo a la Ciudad Prohibida. Cruzatonn las calles sucias y desatendidas, con demasiados militares controlándolas y pidiéndoles las credenciales a cada paso. El permiso expedido por el propio Sun Yat Sen, les abrió todas las barreras, y al cabo de dos largas horas, llegaronn a las puertas de la ciudad. Unas puertas inmensas, rojas, con adornos de bronce dorado que las refuerzan y adornan. Se abrieronn en completo silencio y un corredor cubierto, les condujo hasta una plaza empedrada, en la que se apearon para seguir a un nutrido grupo de eunucos, que como obedientes hormigas, desfilaban tristemente, hasta dejar tras de sí la plaza e introducirse en calles laberínticas que les llevaban a la parte habitada por el emperador, en estos tiempos en que incluso él tenía restringidas algunas partes de su propio palacio.

Todo en aquel lugar semejaba un diminuto paraíso en el que reinaba una falsa paz. El salón de la Armonía suprema, donde se ubicaba el trono imperial, era el lugar al que llegaban para ser recibidos por el propio Sun Yat Sen. A modo de emperador, se paseaba por los escalones que ascendían al trono abandonado, en un intento de tomar el trono de manera figurada.

-Parece que habéis conseguido llegar a palacio, os esperaba impaciente. En estos tiempos que corren, debo hacerme rodear de quienes pueden protegerme, incluso dentro de mi propio gobierno. –El más poderoso personaje, en cuyas manos se hallaba el destino presente de la nación china, sonreía malévolamente, entornando la cabeza en un gesto de aplomo, que con las manos a la espalda, creaba la sensación de esperar algo que estaba seguro de conseguir.

Ante ellos, los escalones dorados ascendían al trono del dragón de oro, donde se sentaban en tiempos de los emperadores de las distintas dinastías, los que fuesen dueños de la vida y muerte de sus súbditos. Dos pebeteros dorados, con dragones enroscados en estos, desprendían incienso en volutas, que tomaban caprichosas formas en el aire,  impregnándolo con su fragante perfume. Vestido con uniforme militar y el sable curvado al estilo occidental, colgando de su arnés de cuero, Sun Yat Sen, se volvió quedando en pie, con las piernas como férreas columnas separadas entre sí en una pose arrogante.

-Me han hablado de usted señora Wallis-usó su nombre en lugar de su apellido marital-, dicen que se asemeja a otra mujer que logró ascender a la cumbre del poder mundial, en tiempos en que era prácticamente imposible, estoy hablando de Teodora…la emperatriz de Bizancio, la Roma oriental gobernada por el sabio Justiniano. Preciso de una mujer de estas características, que sepa usar a plenitud, todo su potencial interior en pro de una causa, sea esta la que sea si le beneficia…

Las últimas palabras quedaron en el aire, flotando como un peligro inminente, del que debería cuidarse de aceptar las extrañas condiciones que le iba a exponer el señor de China. Se adelantó, con la elegancia de una pantera negra, cuyo cuerpo brille en la oscuridad amenazadora y seductora a un tiempo, y mirándole a los ojos, le respondió con voz templada y dulce…

-Soy mujer de convicciones firmes, y recursos crecientes. No deseo sino recomponer mi vida, si para esto he de realizar ciertos…digamos asuntos de oscuro carácter, los llevaré a cabo sin remordimientos. Dígame qué es lo que está en su mente dando vueltas y le contestaré, cuando tenga la información que será imprescindible, para tomar una decisión sin posibilidad de renuncia…

-Veo que no me he equivocado al elegirla señora Wallis…venga conmigo, usted no señor Ley solo ella. –El gesto amable e invitador del mandatario chino de aspecto desafiante, alto y arrogante, indicó a Robert Ley que debía desentenderse y marcharse antes de que pensase en otro destino diferente para él…

Sun Yat Sen, acompañado de Wallis, salió por detrás del trono abandonándolo sin que nadie pudiese sospechar por donde habían marchado, de entrar por sorpresa en el salón de la perfecta Armonía. Caminaron por los empedrados senderos, entre palacios abandonados que mostraban sus puertas cerradas y las fachadas tristes, hasta llegar ante un palacete que se elevaba como un modesto edificio, que nunca despertaría la curiosidad de no ser porque el gobernante de China, se dirigió a este y extrajo de su uniforme una llave de cinco púas de bronce, que introdujo en la cerradura. Esta cedió con un click que evidenció que era usada a menudo. En la estancia decorada al más puro estilo clásico chino, con dragones en telas amarillas, cubriendo las paredes y biombos separando la pieza en tres partes, se hallan cuatro militares, que se cuadraron al entrar su superior en rango. Una mesa de exquisita factura, terminada enteramente en ébano, con incrustaciones de marfil, rodeada de dos sillas a juego cuyos respaldos eran dragones negros con ojos de marfil, ocupaban el centro entre dos vitrinas de la misma madera, conteniendo armas antiguas que sin duda estuvieron en manos de hombres valerosos, cuando China precisó de sus servicios.

-Vea que nos hallamos en una especie de santuario donde reposan las armas de mis antepasados, y de los de otros que antes que yo ocuparon la silla de gobierno que dirige el destino de China…pero siéntese se lo ruego-se inclina para apoyar su petición, con la mayor de las cortesías-nos traerán los documentos que deseo que lea con suma atención, para que me dé su visto bueno, de resultar positiva su decisión de acceder a colaborar, por supuesto voluntariamente en mis proyectos…

Se acomodaron en las dos sillas y dos servidores entraron a una orden seca de uno de los militares que controlaban el interior, dejando ante ellos sendas carpetas de pasta roja, con símbolos negros en tinta,  dibujados en grandes caracteres sobre sus cubiertas. Wallis controlando sus temblores como mejor pudo, abrió tras mirar a Sun Yat Sen y obtener su permiso con un gesto de aquiescencia, la carpeta donde en perfecto inglés, leyó cada signo abriendo los ojos desmesuradamente, mientras el señor de China sonreía, sabedor de cual sería indefectiblemente, la reacción de aquella mujer por fría que resultase ser.

-Como puede ver, soy  ambicioso y deseo convertir a China en una potencia militar, capaz de hacer frente a las potencias europeas que emergen sin que nada ni nadie pueda frenar sus ímpetus bélicos, que convertirán el suelo occidental, en un polvorín de no castrar los sentimientos nacionalistas de los que alborotan en el centro de Europa. Pero cuento también con enemigos poderosos, que desean mi perdición, y que controlan a los agentes que podrían ayudarme a conseguir mis propósitos…

-Pero es una locura, esto lo convertiría en el más poderoso gobernante de Asia, sino del mundo…y la cantidad de dinero necesaria para llevarlo a cabo sería desmesurada, inconcebible…un ejército así asustaría a las potencias extranjeras, que se lanzarían a un ataque preventivo sin dudarlo, por temor a ser atacadas con este poderío militar sin precedentes…

-Es ahí donde la necesito señora Wallis, se encargará de convencer a hombres de negocios occidentales, de que las ganancias serán acordes a los riesgos que corran conmigo y con China…si lo consigue, le abonaré una cantidad que le hará muy rica, una de las mujeres más ricas del mundo señora Wallis…tendrá la preparación que sea necesaria y los recursos que solicite, sin que nadie le oponga resistencia alguna. Sepa que no tenemos mucho tiempo, debo asentar mi posición antes de que sea imposible obtener los apoyos imprescindibles, y de aceptar, mañana mismo iniciaríamos el proceso…

Wallis veía una posibilidad de que saliese bien aquella locura, que situaría a Sun Yat Sen en la cumbre del poder asiático y casi mundial, y de todas formas-pensó para sus adentros, ella saldría ganando, de eso ya se encargaría ella-. Sun puso sobre la mesa una bolsita de terciopelo escarlata y la vació ante los ojos desorbitados de Wallis, que vio como se derramaban sobre la pulida y brillante superficie de ébano, una docena y media de rubíes de Ceilán, mezclados con media docena de diamantes, que refulgieron al ser heridos por la escasa luz de los pebeteros.

-Un primer pago para sus gastos iniciales señora Wallis…

Wallis ya no dudó un instante y sonrió, quizás como jamás lo volvería a hacer, con plena sinceridad de sentimientos. Recogió con deliberada lentitud las gemas y se guardó la bolsita en su bolso negro, cuidando de levantarse solo con la anuencia de Sun Yat Sen. Los militares cerraron tras de sí las puertas y quedaron de nuevo paseando por entre los palacetes de la Ciudad Prohibida. El aire fresco, casi glacial, les llenó los pulmones y caminaron tranquilos con dos militares armados tras ellos, a prudente distancia. Cruzaron la inmensidad de la plaza que se abría ante el palacio central y salieron por un estrecho callejón, hasta dar con las puertas que daban a la plaza de Tiananmen. Una hilera de autos negros, les esperaban para salir del área en que se encontraban, y llevarlos a sus respectivas residencias. Wallis pensó en Earl, y en su absurda idea de que las personas pueden cambiar. El era ahora un bebedor compulsivo, sin remedio posible, y ella debía tomar un camino que la llevaría tan lejos de él como le fuese posible. Sun le dijo que debería vivir mientras estuviera bajo su protección, en las cercanías del palacio presidencial, donde él podía cobijarla con las mayores seguridades. Dos guardias le seguirían a todo lugar que visitase, y de precisarlo, podría, incluso debería, llamarlos para que acudiesen en su ayuda sin dilación. Wallis se sintió como un personaje de los que solo había oído hablar en conversaciones sobre ricos y poderosos, que eran reverenciados por su poder y riqueza.

La dejaron ante un edifico de líneas limpias de estilo chino, con apariencia de antiguo, pero restaurado en su interior y amueblado para vivir alguien que desease disponer de todas las comodidades occidentales, que muchos chinos aun despreciaban. Los militares sin pronunciar palabra, le indicaron que entrase y se quedaron haciendo guardia afuera. Wallis exploró el vestíbulo y subió los peldaños que le separaban de la primera de las dos plantas, sorprendiéndose de las diferencias entre el exterior y el interior.

Cuando penetró en la alcoba, destinada a su descanso nocturno, se dejó caer y miró el techo decorado con relieves de dragones en escayola blanca, un elemento que se repetía constantemente en China. Se incorporó de costado y abrió el cajón de la mesilla de noche en la que apareció una pistola P-38 con cachas de nácar, muy apropiada para una mujer. Una cajita de munición se hallaba a su lado. Era todo el contenido del cajón. Se levantó de un salto y miró por la ventana, para ver que los guardias parecían haberse disipado con los jirones de niebla que flotaban, como espíritus, en la atmósfera de Pekín a esa hora. Nada debería hacer pensar que en la casa se hospedaba alguien importante para los planes de Sun Yat Sen, y sin embargo Wallis, estaba convencida de que aquellos militares estaban vigilándola permanentemente. Continuó familiarizándose con la casa en que viviría, tanto tiempo como el que necesitaría para llevar a cabo las “entrevistas”, previstas por Sun, y cuando terminó se sentó ante la carpeta que le diese este y la estudió grabando cada detalle en su privilegiado cerebro.

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