Samira Ridao estaba casada y esperando un hijo cuando su esposo, Norman Carter, la lleva al bosque con la intención de acabar con su vida. Al borde de la muerte, Samira es rescatada por Alister, un poderoso lobo blanco, que es nada menos que el Alfa del Clan Valkyria y presidente de una importante empresa de nombre Between the Clouds. Alister reconoce en ella un aroma inconfundible y atrayente: Resulta que Samira es su mate. El Alfa decide protegerla ofreciéndole no solo refugio, sino también su ayuda para llevar a cabo la venganza en contra de su esposo que ella tanto ansía. Mientras pasan tiempo juntos, la relación entre ellos se profundiza, forjando un vínculo que desafía las normas de ambos mundos. Sin embargo, una traición inesperada amenaza con destruir todo lo que han construido. Las dudas comienzan a nublar el juicio del Alfa y las semillas de la desconfianza siembran el caos en su corazón. La distancia entre ellos crece cuando todas las evidencias parecen señalar a Samira como la culpable de un complot para manipular y destruir al Clan. Convencido de su traición, Alister descarga toda su ira y frustración sobre ella, transformando el amor que sentía en un odio profundo. Samira, destrozada por la injusticia, comienza a odiar al hombre que una vez fue su salvador y el verdugo de su venganza. Cuando Alister finalmente descubre la inocencia de Samira, intenta desesperadamente buscar su perdón, pero ella lo rechaza por completo. En un giro de angustia y arrepentimiento, el Alfa se enfrenta a una tortura emocional, buscando incansablemente redimir su error y recuperar el amor perdido. ¿Podrá Alister ganarse el perdón de Samira y reconstruir el vínculo roto?
Leer másSamira se despertó con un dolor punzante en la mejilla. La luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, iluminando su pequeño cuarto de manera casi cruel. Se llevó una mano al rostro y sintió el calor y la hinchazón donde su suegra la había golpeado la noche anterior.
Recordó el incidente con claridad: “¡Nunca serás lo suficientemente buena para mi hijo!” había gritado su suegra antes de abofetearla con una fuerza que aún sentía. Las palabras se habían clavado en su corazón más profundamente que el golpe mismo. Luchó por contener las lágrimas mientras recordaba la crueldad en los ojos de aquella mujer que nunca la había aceptado.
Con esfuerzo, Samira se levantó y se miró al espejo. La imagen que reflejaba no era la de una mujer feliz. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, y la marca en su mejilla era un recordatorio doloroso de su sufrimiento. Sabía que tenía que salir de esa situación, pero ¿cómo? Estaba atrapada en un matrimonio donde no solo su suegra, sino también su esposo, habían comenzado a mostrar sus verdaderos colores.
Pero no siempre había sido así. Samira recordó los primeros días con Norman, su esposo. Al principio, todo había sido como un sueño. Se conocieron en su pequeño pueblo, donde Norman había sido amable, atento y lleno de promesas de amor eterno. Se enamoraron rápidamente y él la colmaba de atenciones y detalles que hacían que Samira se sintiera la mujer más afortunada del mundo. Se casaron en una ceremonia sencilla pero hermosa, rodeados de amigos y familiares que les deseaban lo mejor.
Sin embargo, la ambición de Norman lo llevó a tomar una decisión que cambiaría sus vidas para siempre. Norman deseaba escalar más alto y sabía que no podría lograrlo si se quedaba “estancado” en el pueblo. Así que, después de casarse, se mudaron a la ciudad. Norman había postulado a un puesto de trabajo en una empresa llamada Between the Clouds (BTC), que se dedicaba a la venta de camas y otros productos relacionados con el hogar. Era la número uno del país en cuanto a ventas y servicios. La oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar.
Con ellos también se fue la madre de Norman, quien vivía con ellos en la misma casa. Al principio, Norman era el mismo de siempre, lleno de sueños y promesas. Pero con el tiempo, comenzó a cambiar. El trabajo en BTC era exigente y competido, y Norman empezó a volverse más distante y frío. Las largas horas en la empresa y la presión por destacar lo transformaron en alguien que Samira apenas reconocía.
A medida que los días pasaban, la situación en casa se volvía cada vez más insoportable. La madre de Norman no perdía oportunidad para hacer sentir a Samira que no era aceptada. Las palabras crueles y los abusos verbales se convirtieron en algo cotidiano. Pero el colmo llegó cuando, una noche, la suegra de Samira la golpeó, dejándole una marca en la mejilla que aún dolía al recordarlo.
Mientras Samira estaba sumida en sus pensamientos, Norman entró en la habitación después de tomarse una ducha. Él era un hombre alto y apuesto, de pelo oscuro y ojos cafés, con una presencia imponente, pero sus ojos reflejaban una frialdad que Samira había empezado a notar con mayor frecuencia.
—¿Qué sucedió? —preguntó Norman, observando la marca en su rostro, el cual no había notado en la noche anterior pues ella había fingido estar dormida y se tapó el rostro con la manta.
Samira dudó un momento antes de responder, pero finalmente dijo la verdad.
—Tu madre… ella me golpeó anoche. Dijo que nunca sería lo suficientemente buena para ti.
Norman suspiró y se acercó a ella, tomando su rostro entre sus manos. Sus dedos eran fríos contra la piel herida de Samira.
—Lo siento. Ella no debió haberte hecho esto —dijo con un tono que parecía sincero—. Deja que te ayude a bajar la hinchazón.
Samira se sintió sorprendida por su amabilidad repentina. Esta muestra de preocupación la llenó de una esperanza inesperada. Mientras Norman aplicaba el ungüento en su mejilla, ella decidió que era el momento adecuado para compartir una noticia importante.
—Tengo… algo que decirte, algo que podría cambiar la vida de ambos —insinuó.
—Estoy dispuesto a escucharte, pero… ¿Por qué no vamos al bosque y allí me lo cuentas? Será bueno para ti salir y respirar aire fresco.
Samira sintió una oleada de felicidad. Tal vez las cosas realmente cambiarían. Tal vez Norman se estaba dando cuenta de la importancia de su relación y del futuro que tenían por delante.
El bosque era un lugar especial para ellos, una zona alejada del área urbana. Solían ir allí en los tiempos libres de Norman para que Samira no extrañara tanto su pueblo. El canto de los pájaros y el susurro del viento entre los árboles creaban una atmósfera de paz que Samira no había sentido en mucho tiempo.
Mientras caminaban, Samira se aferró a la mano de Norman, sintiendo una conexión renovada.
—Gracias por traerme aquí. Es hermoso —dijo ella, sonriendo.
Norman asintió, pero sus ojos seguían fríos y calculadores. Finalmente, después de una extendida caminata, él se detuvo.
—Aquí es perfecto, ¿no crees? —dijo, soltando la mano de Samira.
Antes de que ella pudiera responder, sintió un empujón fuerte en su espalda. Todo sucedió en un instante: el suelo desapareció bajo sus pies y Samira cayó en una trampa profunda. Sus gritos fueron ahogados por la sorpresa y el miedo.
Se golpeó contra el fondo de la trampa y su cuerpo se estremeció de dolor. Miró hacia arriba, viendo la figura de Norman asomándose por el borde.
—Norman, ¡ayúdame! —gritó, con su voz llena de desesperación.
Sin embargo, Norman no mostró compasión. Su rostro se tornó sombrío y se inclinó un poco más, asegurándose de que ella lo escuchara claramente.
—Samira, este es el momento exacto en que puedo ser completamente honesto contigo. Tú ya no me interesas —expresó, con un tono frívolo y seco, sin un ápice de compasión—. Aquí en la ciudad tengo una nueva vida, tú solo me recuerdas a lo miserable que fui en el pueblo. Quiero volver a casarme y formar un verdadero hogar con la mujer que realmente merece estar a mi lado, y solo podré hacerlo si tú desapareces.
Samira sintió cómo su corazón se rompía en mil pedazos. La traición de Norman fue más dolorosa que cualquier herida física. El hombre que había prometido amarla y protegerla estaba dispuesto a matarla por estar con otra mujer.
—¿Qué dices? —preguntó, con su voz quebrándose—. ¿Todo esto lo haces… por otra mujer?
Norman asintió, sin una pizca de remordimiento.
—Sí, Samira. Ella es todo lo que tú nunca fuiste ni serás. Y ahora, es tiempo de que te despidas.
—¡E-Espera! —vociferó antes de que Norman decidiera irse—. ¡No puedes dejarme de esta manera, no puedes! ¡Estoy embarazada! ¡Estoy esperando un hijo tuyo!
Norman se quedó inmóvil por un instante, su rostro reveló una breve chispa de sorpresa ante las palabras de Samira. Pero esa sorpresa se desvaneció rápidamente, reemplazada por una expresión de burla y desprecio.
Se echó a reír. Soltó una risa fría y cortante que resonó en la profundidad de la trampa.
—¿Embarazada? ¿De verdad crees que eso cambiará algo?
Norman se inclinó más hacia el borde de la trampa.
—¿Piensas que ese hijo me importa? —escupió con desdén—. No me interesa en lo más mínimo. ¿Crees que un bebé va a hacer que cambie de opinión sobre ti? ¡Por favor!
Samira sintió cómo sus lágrimas comenzaban a correr, mezclándose con el dolor y la humillación.
—Ese hijo tuyo solo será un estorbo, una carga. No necesito más problemas en mi vida, y tú eres el mayor de todos.
La crueldad en su voz perforaba a Samira como mil agujas. Se sentía completamente aplastada, cada palabra de Norman era un golpe más a su dignidad ya herida.
—No puedo creer que alguna vez pensé que podrías ser útil para algo —dijo, negando con la cabeza—. Mi madre siempre tuvo razón. Tú eres débil, patética, y siempre lo serás. Ese hijo no cambiará nada. En realidad, es mejor así. Mejor que no nazca para que no sufra con una madre tan inútil como tú.
Samira sollozó y su cuerpo tembló de desesperación y dolor. Intentó hablar, pero las palabras se ahogaron en su garganta, incapaz de formar una respuesta coherente ante la brutalidad de Norman.
—¿Lo ves? —agregó él—. Este es el final de tu miserable existencia. No me importa tu embarazo. No me importa nada de lo que te pase. Tú ya no significas nada para mí.
Con esas últimas palabras y con la seguridad de que no sobreviviría sola en ese bosque, Norman se dio vuelta, dejando a Samira en el fondo de la trampa, sola y destrozada.
La desesperación la envolvió y las lágrimas continuaban cayendo por su rostro. Intentó escalar las paredes de tierra, pero sus manos resbalaban inútilmente. Además, el dolor en su cuerpo se intensificaba con cada esfuerzo.
Horas pasaron y Samira se quedó sola en la oscuridad del agujero. El frío de la noche comenzó a asentarse y sus fuerzas disminuyeron paulatinamente. Pensó en su bebé, en la vida que había esperado construir y que ahora se desvanecía ante sus ojos.
De repente, un sonido rompió el silencio: el aullido de un lobo. Samira sintió un escalofrío de terror. El olor de su sangre debió haber atraído a los depredadores del bosque. Pronto, los lobos comenzaron a deambular alrededor de la trampa, con sus ojos brillando en la oscuridad mientras trataban de saltar y alcanzarla.
—¡No, por favor! —imploró. Samira estaba desesperada, sentía mucho dolor y sangraba bastante. El dolor en su abdomen era insoportable y cada latido de su corazón parecía agravar su sufrimiento.
A pesar de su propio dolor, su preocupación principal era el bebé que llevaba en su vientre. Sus manos temblorosas se aferraban a su estómago, buscando algún signo de vida, alguna señal de esperanza.
—Por favor, alguien ayúdeme… —murmuró entre sollozos.
Finalmente, agotada y con el dolor y el miedo superando sus límites, Samira pensó que iba a morir. Sus ojos se cerraban y la oscuridad comenzó a envolverla. Pero justo antes de desmayarse, algo captó su atención.
Aunque su visión se había vuelto borrosa, alcanzó a divisar que entre los lobos que se aglomeraron en el borde de la trampa, había uno diferente. Su pelaje blanco con destellos oscuros hacia contraste con los otros y sus ojos dorados la miraron con una profundidad que la sorprendieron.
Este lobo no era como los demás. Se movía con una gracia y seguridad que imponían respeto. Sus movimientos eran fluidos, casi como si flotara sobre el suelo. Fue tan rápido que apenas pudo notar que éste se deshizo de los otros que amenazaban su vida.
El lobo saltó dentro de la trampa con una agilidad sorprendente, aterrizando suavemente al lado de Samira. Sus ojos dorados la miraban con una mezcla de curiosidad y compasión. Con movimientos delicados, el lobo comenzó a lamer sus heridas y su lengua áspera pero reconfortante rozaba la piel herida de Samira.
—¿Eres… real? —susurró Samira. Creyó que ya había empezado a delirar debido a su estado grave y que era cuestión de tiempo para que perdiera la vida.
El sol se alzaba sobre las tierras del Clan, bañando todo con su luz dorada. La brisa fresca de la mañana traía consigo el aroma del bosque, mientras el sonido de risas resonaba en los jardines de la casa. Samira, Alister y su hijo Kael caminaban juntos, disfrutando de la tranquilidad que tanto les había costado alcanzar.Kael, un niño de cabello pelirrojo y ojos brillantes, corría entre las flores, riendo mientras su madre intentaba atraparlo.—¡Mamá, no puedes alcanzarme! —gritó con diversión.Samira entrecerró los ojos con una sonrisa traviesa y, en un rápido movimiento, se lanzó hacia él, atrapándolo en sus brazos. Kael estalló en carcajadas mientras su madre lo llenaba de besos en la mejilla.—Siempre te atraparé, pequeño lobo —dijo Samira, apretándolo contra su pecho.Alister los observaba con una sonrisa y con los brazos cruzados sobre su pecho. Su corazón se llenaba de orgullo y amor al ver a su familia así, feliz y sin preocupaciones. De pronto, caminó hacia ellos y envolvió
Los días siguientes en el pueblo fueron como un respiro después de toda la tormenta. Samira y Alister pasaron tiempo juntos, disfrutando de la tranquilidad del campo, lejos de los problemas y las responsabilidades que los esperaban en la ciudad.Por las mañanas, Samira se despertaba con la luz del sol filtrándose por la ventana, el canto de los pájaros y el suave aroma de la tierra húmeda. A veces, cuando abría los ojos, encontraba a Alister ya despierto, observándola con una expresión de pura adoración.—Nunca me cansaré de verte dormir —manifestó él, con una sonrisa traviesa.Samira, aún somnolienta, le lanzó una mirada perezosa antes de darse la vuelta en la cama, fingiendo ignorarlo. Pero él no se lo permitió. Se inclinó y le dejó un beso en la mejilla, otro en el cuello, y pronto Samira estaba riendo y rindiéndose ante sus caricias.Las mañanas en el pueblo se sentían ligeras y apacibles. Desayunaban juntos en la casa de su madre, quien los observaba con cierta ternura mientras s
Samira despertó con lentitud, sintiendo su cuerpo pesado, como si una corriente de energía aún vibrara en su interior. Parpadeó varias veces, tratando de despejar la sensación de letargo que la envolvía. La luz tenue de una lámpara iluminaba la habitación, revelándole un entorno familiar: el dormitorio de su madre.Las mantas estaban suaves sobre su piel, y un aroma cálido y reconfortante llenaba la atmósfera. Por un momento, su mente estaba confusa y los recuerdos andaban dispersos como hojas arrastradas por el viento. Pero entonces, un dolor punzante en su hombro la hizo fruncir el ceño. Llevó los dedos a la zona y sintió la piel sensible, caliente… la marca.De pronto, todo volvió a ella: la luna, el calor abrasador de la conexión, la intensidad de lo que había sentido antes de que su conciencia se desvaneciera.—Despertaste.La voz de Alister la sacó de sus pensamientos. Su mirada se desvió hacia él, sentado al borde de la cama, quien la observaba con alivio. Llevaba la ropa arrug
Después de entregarse el uno al otro bajo la mirada silenciosa de la luna y el fulgor de las estrellas, Alister y Samira permanecieron juntos, envueltos en el calor compartido de sus cuerpos. Sus ropas los cubrían a medias, protegiéndolos del fresco de la noche, pero ninguno sentía frío. Estaban demasiado absortos en el roce de sus pieles, en la forma en que sus cuerpos aún temblaban por el placer y la emoción de haberse reencontrado de la manera más íntima.Alister acariciaba la espalda de Samira con la yema de los dedos, dibujando círculos suaves sobre su piel desnuda. Ella, con la cabeza apoyada en su pecho, escuchaba el latido fuerte y rítmico de su corazón. Enredó sus piernas con las de él y levantó el rostro para mirarlo. Sus labios aún estaban hinchados de tanto besarse y su cabello revuelto caía en suaves ondas sobre sus hombros.Él la observó con adoración, inclinándose para rozar su nariz con la de ella antes de volver a besarla, dándole un beso lento, perezoso, que solo ref
Alister hizo una pausa, observándola con intensidad.—Cambiaste mi vida, mi manera de ver las cosas. Me hiciste conocer el amor.Samira sintió que su pecho se llenaba de una calidez indescriptible.—Un amor real. Un amor leal. Un amor que me hizo creer en mí mismo, que me hizo querer ser mejor…Ella tragó saliva, conmovida.—Nunca antes había sentido algo así por nadie.Alister tomó su mano con firmeza y la apretó contra su pecho, justo donde su corazón latía con vehemencia.—Y debido a este lazo que nos une… nunca me ha importado nadie más.Se inclinó ligeramente hacia ella, sin apartar sus ojos de los suyos.—Ni antes, ni ahora… ni en el futuro —declaró—. Tú siempre serás la única para mí.Samira sintió que se le erizó la piel y sus labios temblaron antes de que pudiera hablar.—Eso quiere decir que…Alister sonrió suavemente.—Eso quiere decir que te amo, Samira. Lo he hecho siempre… y lo seguiré haciendo hasta el último aliento de mi vida.Las palabras de Alister la envolvieron co
Alister parpadeó, aún en silencio, con la expresión completamente seria, pero en su mirada había algo diferente. Algo que Samira no podía identificar del todo, pero que le revolvía el estómago.—Desde la primera vez que nos vimos, desde que nos conocimos, tú siempre estuviste ahí para mí. No hiciste más que apoyarme, cuidarme y defenderme… incluso cuando yo no quería tu protección.Un amargo recuerdo cruzó su mente. Hubo momentos en los que lo rechazó, en los que lo alejó con palabras crueles, con actos impulsivos, porque en su corazón todavía había resentimiento. Pero Alister nunca se rindió.—Hemos tenido muchos problemas, lo sé, y las cosas no salieron como esperábamos. Pero ahora… ahora todo es diferente.Sus dedos se apretaron entre sí. Se sentía vulnerable, como si cada palabra que salía de su boca la dejara completamente expuesta. Pero ya no quería esconderse.—No te lo he dicho antes, pero… cuando me llegaban tus cartas, cuando recibía las flores y esos pequeños detalles que s
Último capítulo