Las alarmas de peligro se encienden y yo cierro los ojos intentando calmarme porque lo que menos deseo es desmayarme o que me obliguen a dormir. Pero, Reymond comienza a tocar mi pie, alertándome de que no estoy a salvo de más de una manera.
— Tranquila, solo quiero darte un masaje para alejar de tu mente esos pensamientos lujuriosos que tienes en estos momentos. — dice Reymond y yo me ruborizo.
— No creo que tengas idea de lo que estoy pensando.
— Lamento decirte que eres tan obvia y mis palabras fueron tan directas que sé perfectamente que es lo que estás pensando.
— Como sea, quiero que nos marchemos y para eso necesito la maldad de tu amigo.
— No creo que…
— Le gusta matar.
— Sí, pero, en nombre de su manada y como te has dado cuenta, no tiene problemas de dinero para que acepte matar por conseguir unos cuantos millones.
‘Vaya, ¿tanto cuesta contratar a un asesino a sueldo? Pensé que era más económico, tendré que reducir la lista entonces.’ Me digo mentalmente.
De inmedia