Habían pasado algunos días desde la sentencia. Céline decidió que era momento de visitar a Madeleine con los niños. Era una tarde suave, con un cielo nublado pero cálido, y la casa donde Madeleine vivía estaba rodeada de glicinas florecidas.
La mujer los recibió con una sonrisa serena y un gesto de brazos abiertos. Céline le dio un abrazo, los niños se acercaron con respeto, y Matthias, que los acompañaba, mantuvo cierta distancia, observando el momento con la calma de quien sabía que no era el protagonista.
Una vez dentro, tras unos minutos compartiendo té y dulces, Céline le contó lo ocurrido en el juicio. Habló con delicadeza, cuidando no repetir detalles innecesarios. Madeleine escuchó en silencio, con una expresión contenida.
—Fue justicia —dijo finalmente—. Por todo lo que hizo. No me alegra, pero tampoco me duele. Simplemente… es lo que tenía que pasar.
Matthias asintió. Luego sacó un sobre de su chaqueta y lo extendió hacia ella.
—No quiero que lo malinterprete —dijo