Una mañana, Kilian bajó las escaleras con el ceño fruncido, abotonándose la camisa con torpeza. La maleta sobre el recibidor lo detuvo en seco. Al fondo, escuchó a Yvania cantar algo mientras guardaba su peluche favorito en la mochila. Elian, ya peinado y con su abrigo puesto, organizaba los libros como si se preparara para un viaje largo.
Una punzada cruzó el pecho de Kilian. ¿Se iban? ¿Ella se iba?
—¿Van a algún lado? —preguntó, más brusco de lo que planeaba.
Céline apareció desde el pasillo, su abrigo aún abierto, el cabello recogido con elegancia. Lo miró sin apuro. Sin urgencia. Sin suavidad.
—¿Ahora te interesa? —dijo, sin levantar la voz.
Kilian apretó la mandíbula. Dio un paso más cerca, mirando la maleta.
—Solo… pregunté.
Ella sostuvo la mirada unos segundos antes de responder.
—Tengo una reunión con el equipo de inversores de Dermatec en Lucerna. Cinco días. Los niños se quedarán con mi madre.
Kilian frunció el ceño.
—¿Y pensabas decírmelo cuando ya estuv