Dante habló un rato con Renzo y luego nos fuimos a su casa.
Tenía que estar en Nueva York a más tardar al anochecer del día siguiente.
Vivía en un edificio familiar de cinco pisos.
El primer piso era para visitas y reuniones.
El segundo, de Renzo.
El tercero, de Dante.
El cuarto, del padre.
Y el quinto, una terraza cerrada que usaban como refugio.
—Normalmente, todos vivimos aquí —me explicó—.
Papá tiene una casa grande, pero cuando mamá murió vino a quedarse acá.
Después de un tiempo decidió volver allá… o eso dice.
En realidad vive en el apartamento de su novia.
Escuché su molestia y, por primera vez, la entendí.
—¿Ella nunca ha estado en la casa de tu madre?
—Sí, ha estado, pero nunca ha dormido allí.
Dicen que ella es muy respetuosa con las cosas de mamá, que cuando va, solo se queda en la sala esperando.
—¿Dicen? Déjame adivinar…
¿Alguna vez has tenido una conversación medianamente civilizada con ella?
¿O te niegas porque temes que, si te cae bien, sienta