—Hola, Aurorita, ¿cómo estás? Me dijeron que estabas un poco enferma y vine a visitarte, como lo hacen los amigos —que es lo que somos—.
 Procedió a sentarse en la silla al frente mío.
 —¿Por qué no me contaste que tenías problemas de salud? Te hubiera tratado diferente… te hubiera cuidado —dijo sonriente.
—Primero, mi nombre es Aurora.
 Segundo, Renzito, prefiero morirme antes que decirte o pedirte ayuda.
 Y tercero, ¿qué haces en mi casa? Porque yo no te invité.
—Yo no necesito que me invites. Pero bueno, ya que recibes tan bien a la visita —como era de esperarse—, vamos al grano: dame la respuesta.
Solté la carcajada.
—Pensé que mi silencio había sido la respuesta.
Nos miramos retadoramente por un minuto.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a correr a contárselo a mi hermano?
—Entonces tú vas a correr a inventar cosas de mí a tu hermano —sonreí—.
 Además, ¿cómo sabes que ya no corrí donde él y le lloré por lo malo que eres?
 Quizás le dije que eres la razón por la que estoy enferma.