—Entonces, ¿cómo te parece este vino, Aurora? —dijo Renzo, tratando de ocultar la risa y la molestia.
Íbamos por el quinto vino. Emilia me explicó cómo sería el día de la cata.
 Por ahora, Dante y Renzo estaban sentados al frente de nosotras.
 Cada uno tenía diez copas, una botella de agua fría, y ellos se turnaban para servir el vino.
Me explicaron las formas en las que todos los que iban a estar en la cata probaban el vino.
La mayoría no se lo tomaba. Todos se mostraron ofendidos por esto, pero esa era la forma más normal y profesional.
Algunos llevaban café molido para neutralizar el olor.
Ese día ninguno podía llevar perfume, y las mujeres ningún labial con sabor o, mejor, nada de labial.
Todos tenían palabras que nunca había escuchado, pero ya sabía lo que era una lágrima en el vino.
Empezábamos desde el momento de la llenada de la copa —no más de tres centímetros—.
Todos agitaron la copa y dijeron cosas específicas; yo solo escribía y trataba de entender.
Luego lo olían, cada uno