Scott llegó a un enorme parque, rodeado de árboles que ya estaban totalmente sin hojas. Las farolas apenas alumbraban el lugar y debajo de uno de los árboles había unos columpios rojos. Scott levantó las solapas de su abrigo para protegerse del frío de la noche, llevó sus manos a la boca para calentarlas con su aliento, mientras observaba a su hermano que estaba sentado en uno de los columpios.
Se acercó y se sentó en el columpio de al lado. Los dos eran hombres grandes, volver a sentarse en aquellos asientos era una tarea casi imposible.
–¿Mis hijos están bien? –Thomas preguntó con la voz cortada y cansada.
–Acaban de perder a su madre, preguntar si están bien es casi una broma de mal gusto. –Scott contestó con seriedad.
–Fue un accidente, yo no quería matarla. –Susurró y Scott lo miró con fiereza. Estaba demacrado y parecía excesivamente cansado. – Estaba hablando por teléfono y cuando vi que eras tú perdí la cabeza. Empezamos a pelear y la amenacé con llevarme a los niños. –Thom