Al llegar a Suiza, dejé todo atrás.
Decidí no volver a pensar en Federico ni en el pasado. Me dediqué a cuidar mi cuerpo y, de paso, a viajar.
Esos paisajes me deslumbraron y el aire puro me tranquilizó, así empecé a sentir paz. Recorrí los Alpes y me asombró la grandeza de sus cumbres nevadas.
Caminé junto al lago de Lucerna y disfruté su calma. También fui a Zúrich, una ciudad dinámica y próspera.
En ese recorrido descubrí la belleza del mundo y empecé a entender qué quería de la vida.
Entendí que la vida no era solo Federico; abarcaba mucho más.
Antes, mi día a día era monótono.
Un día, llegué a un pueblito. Justo celebraban un desfile de Navidad. Las calles brillaban por las luces, llenas de alegría. La gente vestía ropa navideña, reía y bailaba.
Me contagié del ambiente y me uní a la celebración. Entre quienes desfilaban vi a una pareja de viejitos. Ellos iban de la mano y sonreían felices.
Cuando los vi tan unidos, algo se me movió por dentro.
Si no hubiera habido mentiras ni tra