Esa noche, Federico llevó a Angelina a casa y cocinó él mismo.Durante la cena, él no dejaba de servirle sopa y ponerle comida en el plato, sabía bien lo que le gustaba.—Angelina, esta sopa ligera es justo lo que te gusta. Mira, tu pescado favorito, come más, te va a hacer bien.Vi lo mucho que la consentía y no pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas.Bajé la cabeza y comí en silencio.No podía reaccionar; no podía dejar que Federico notara que yo ya no era la misma. Si se enteraba de que planeaba irme, no me dejaría salir.Y, además, ahora yo también llevaba a su hijo en el vientre, y era algo que no podía decirle…—Federico, ¿no crees que la señorita se podría molestar por cómo me cuidas? —preguntó Angelina, mirándome y fingiendo inocencia.Federico se sorprendió, y se apresuró a contestar:—Ella no se va a molestar. Angelina, estás embarazada, tienes que comer sano. Camila también es mujer, puede entenderlo.Bajé la cabeza sin decir nada, sin mostrar ninguna emoción en
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