Me fui. Y Federico perdió la cabeza.
Mientras cuidaba de Angelina en el hospital, no podía concentrarse.
En su mente se repetía una y otra vez la mirada llena de tristeza que yo le había lanzado la noche anterior.
Esa mirada nunca la había visto antes. De la nada lo invadió una extraña ansiedad, y casi por instinto, sacó el celular para buscarme.
—Federico, quiero una manzana, ¿me la pelas? —La voz de Angelina lo sacó de sus pensamientos.
Él miró el celular, luego a Angelina, y al final lo guardó.
—Está bien.
Esa noche, Federico se quedó en el hospital con Angelina.
A la mañana siguiente, volvió a casa. Pero cuando abrió la puerta, se encontró con el vacío. Todas mis cosas ya no estaban.
Se quedó quieto un momento y después empezó a buscar desesperado.
—¡Camila! ¡Camila! —gritaba sin parar, pero nadie contestó.
Revisó cada habitación, sin encontrar ni una sola señal de mí. Nervioso, agarró el celular y empezó a marcarme una y otra vez.
Sin embargo, mi celular ya estaba apagado y tampoc